Sociedad

Santo de su devoción

Como cada semana, Tanis espera a su nieto. Abordan la pesera y durante la hora que dura el trayecto hasta la Alameda Central el muchacho lo pone al tanto de los acontecimientos del barrio, que a él —por su ya escasa vida social— le pasan desapercibidos.

Tanis y Andrés bajan del Metro y salen a un costado del Palacio de Bellas Artes. Se entretienen mirando a mimos y payasos que se ganan unas monedas haciendo reír los transeúntes. Cruzan avenida Juárez y se entretienen frente al escaparate de una librería y luego pasean en busca de una banca libre donde pasar el rato con el espectáculo que es la gente.

Tanis escucha con atención lo que el muchacho cuenta —las novedades del barrio—, tan distintas a las que a él le tocó vivir desde la infancia y hasta la actualidad. Son otros los ojos que ven para él.

Por la mañana su hija saca una silla al patio, pasa por Tanis a la habitación y lo encamina hasta donde disfruta los rayos del sol mañanero, que le calienta las piernas a través de la cobija que sobre ellas puso la mujer.

Tanis fue, desde muchacho, encargado del puesto de estampas religiosas que su tía Engracia sostuvo toda su vida a la entrada del templo católico ubicado sobre la populosa calzada Anillo de Circunvalación, en el céntrico barrio de La Merced.

Conoció a Elba y dice que Dios solo tuvo a bien concederles solo una hija, que resultó gente de bien, desde pequeña trabajadora y luchona.

—Pero a Elba la llamaron al Reino del Señor y a como pude saqué adelante a la muchacha y mira, me salió más mejor que un premio gordo de la lotería: ella se hizo responsable de mí, hasta que me toque entregar cuentas al Creador.

Andrés, su nieto, lo consiente y está al tanto de lo que se le ofrezca, hasta que le llega la hora de marcharse de la escuela y entonces lo devuelve a la vivienda, donde Tanis lee páginas de la Biblia o se entretiene con el control remoto de la televisión, buscando algo que atrape su atención.

No le gustan los programas de noticias: “Parece que el mundo se acaba, puras tragedias”. Tampoco los de entretenimiento: “Nos tratan como tarados; la realidad es otra cosa”. Prefiere los documentales que le muestran países que de otra manera jamás conocería. “Fui un pata de perro, un vago siempre amarrado a las responsabilidades. Viajaba con las historias de la gente, lo que me contaba, sus alegrías y pesares. Ahí con ellas, las personas, no me aburría porque es muy cierto que cada cabeza es un mundo”.

—Extraño la calle. Yo me crié en ella, entre los puestos callejeros, entre la gente, las muchachas de la vida alegre, entre mis marchantes que con sus compras me daban para vivir. Escogían las imágenes santas en las que depositaban su fe o me pedían que les recomendara un santo que resolviera entuertos, problemas que mi clientela trajera encima. Ahora en la calle solo ando con mi nieto, Andrés, que me tiene calma y paciencia y hasta nos compramos un helado en la Alameda y me platica de sus amigos, a lo que se dedican, en lo que se divierten, lo cual es todo nuevo para mí; pero sin él no sabría cómo se vive ahora. Él es el santo de mi devoción.

Emiliano Pérez Cruz*

* Escritor. cronista de Neza


Google news logo
Síguenos en
Emiliano Pérez Cruz
  • Emiliano Pérez Cruz
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.