Se le veía pasar muy temprano a Gonzalo, más conocido como El Grumos. Cargaba una lata de 20 litros y en ella llevaba la cuchara de albañil, plomada, llana, metro, y al hombro un par de tiras de madera que le servían de reglas para emparejar la superficie que aplanaba con la mezcla de cal arena y un poco de cemento, para afinar.
Aprendió el oficio de la albañilería como chalán de Pancho el Cucho, pero no logró graduarse porque le ganó el gusto por las cervezas bien “muertas”. Luego, con los teporochos de la esquina probó el Tonayan, mucho muy económico y pegador. De aquí soy, dijo.
Pero no topó en eso: nomás como en broma comenzó a aceptar la oferta que le hacían vagancios del barrio: una estopa mojada con thinner u otro solvente, que le ponían a girar el mundo y fantasear, tanto “que así ni los botes de mezcla o revoltura pesan”, alardeaba. Se dio a la dejadez, se tiró al vicio y al abandono.
Cómo iban a pesarle los botes, si cada vez con mayor frecuencia se alejó del trabajo y prefirió sablear a los vecinos, extendiendo la mano sin pena alguna:
–Aliviánate con una monedita, padre. Ai lo que sea tu voluntá. No, cómo crees, cuál vicio: es pa’ echarle un taco a la barriga, aunque no lo creas, padruco… Ya hace un ratito que nomás nada de nada. Ando limpio, chido: neta que sí.
–Vamos a los tacos, yo invito y pago. Cada vez te ves más shirgo y lambrijo, mi Grumos: un aironazo y te nos vas entre la basura…
–Cómo crees, padruco: ya sería mucho encaje que me vieran con estas fachas a tu lado y que además de las monedas te quitará tu tiempo, como que no va. Prexta un money, me aliviando y luego hasta me baño, ¿va que va?
–Lo quieres para comprar la mona, ni que no te conociera. Luego me va a remorder la conciencia haber cooperado para que andes todo apentontado y babeando, mi Grumos. Amos a los tacos o no hay billuyo…
–Te agradezco, padre, pero ya almorcé. Que sean pa’ la comida de al rato…
–Al rato te busco y vamos a la fonda, no hay purrún. Me cae
–Cómo no va a haber purrún, mi buen: llevé mi traje a la tintorería y orita no ando muy presentable que digamos. Qué va a decir la gente de ti, padre. No me afrento, pero hay niveles. Bien que lo sé, si soy albañil.
–Dirá que no me afrento de mi parna, o que diga misa: valiéndome madres. Vamos.
–Muchas gracias, padruco: deveras te agradezco, pero ya comí hace un ratito.
–Al regreso te busco y nos vamos al mercado. Pero p’al chemo o el activo, nada. Aquí nos vemos a las dos, ¿va? Lo juro.
–Va. Pero aliviana la concha: cinco varitos y aquí nos vemos o no cuentes conmigo, cómo ves.
–Voy al banco y regreso con los varitos, me cai. Aguanta, valedor. Cuándo te he fallado.
–No, pus neta que dos-tres veces. Pero no hay purrún, aquí te veo al rato pero nomás no te vayas a tardar tanto, porque esto urge, bro: ando bien erizo, guacha nomás la temblorina: guacha…
–Wacho, pero te veo como siempre: en tu estado natural, carnal.
–No te creas, bro: nomás el que tiene el vicio siente la carencia, y la carencia es gacha, bro. Ni que no me conociera. Prexta y al ratito te topo, me cai que sí. Neta la corneta.
–De dónde, si te digo que voy al banco: a ver si ya parió la leona. Aquí quédate: voy y vengo, no me tardo.