Sociedad

Ella bien que come

Sentada a la entrada de la terminal del Metro, Juana María compra una pequeña bolsa de papel de estraza que le ofrece la anciana, sin dejar de menear las semillas de calabaza que tuesta sobre un hechizo comal de hojalata.

–Anda, lleva tus pepitas. A cinco pesos. Ni yo me hago rica, ni tú más pobre por unos centavos menos en tu monedero: verás qué sabrosas y limpiecitas. Toma, lleva tus pepitas.

Juana María extrae su monedero, hurga y paga. La anciana menea las semillas una y otra vez. A sus pies, un perro sarnoso dormita sin que nada lo perturbe.

–Lleva tus pepitas, muchacha. Éstas no te abotagan ni producen daño. Las lavo y enjuago en agua con sal, para desinfectar y sacar el buen sabor. Nomás dame cinco pesos y te llevas la bolsita: ora he vendido rete poquito, válgame Dios. Y todavía no acabalo p’al gasto de mañana.

Sus palabras fluyen sin tono lastimero. A su lado, sobre un pequeño banco de madera, otra anciana dormita y entre sueños hace esfuerzos para no irse de bruces.

–Debería dejar a la señito en su casa, ya se ve muy cansada –sugiere María Juana–. Aquí nomás se martiriza con el ruidero de los camiones y de los vendedores…

–Qué más quisiera yo, muchacha, pero allá no hay quien vea por ella. En veces la siento en una silla para que le pegue el sol un ratito, bien amarradita pa’ que no se vaya a cair. Y aquí me gano la vida y, mientras, l’echo un ojo a mi mamacita y así no está abandonada y nos hacemos compañía

–¿Y cuántos años tiene su mamá? Ya se ve de mucha edad la señito.

–No me lo va a creer, pero ya le anda pegando a los noventa mi mamacita, salió de buena madera: toy más achaquienta yo que ella. Prefiere estar conmigo que quedarse en el solecito. Luego los chamacos de la vecindad salen a patear la pelota y me la pueden desgraciar de un balonazo; no se crea, son chamacos muy inconscientes…

–Pues aquí no se ve muy cómoda que digamos. Y con tanto tráfico y con el gentío, hasta cree que descansa su mamacita…

–Ay, muchacha: a todo se acostumbra una en esta vida, menos a no comer. Y ella bien que se jamba un sopecito, una torta; le encantan los tacos de suadero. “Mamacita, tiene usté panza de burro, nada le hace daño”, le dije no hace mucho, y todavía respingó: “Panza de burro tu abuela”, me dijo y alvirtió que si volvía a faltarle el respeto me tumbaría dientes de un revés. Ni le arriesgo, muchacha.

–Pero viven aquí cerquita, pienso yo. Si no, cómo le hace para traer el anafre, la mesa, sus sillas…

–No tan cerquita: son como seis calles y ai me tiene: a la vuelta y vuelta trayendo y luego llevando mis triquis. Pero pa' comer sale de aquí, de las pepitas. Dios provee, muchacha: aprieta pero no ahorca…

–Pues se va ir usted al cielo con todo y zapatos. Ya quiero ver a mis hijos viendo por mí a su edad. Si bien me va, me refundirán en un asilo o en el manicomio…

–Trátalos bien, muchacha, y verá que les sale el alma buena. Con mi mamacita siempre vimos una por la otra. Muy unidas, sí. Así nos miran siempre.

–Pues qué bien que así sea, señito. Tenga, cóbrese y guárdese el cambio. Por aquí paso del diario y espero verla siempre con su mamacita.

–Muchas gracias, muchacha, y que el Señor te socorra como tú a nosotras. Cuídate mucho... 

Emiliano Pérez Cruz*

* Escritor. Cronista de Neza


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