En una ciudad nacida bajo el brillo de la espada española y que desde comienzos del siglo XX se forjó bajo el símbolo del yunque y el martillo –orgullosa de su acero, de la industria surgida a fines del siglo XIX, de su productividad y de su vasto comercio–, cumplir 75 años enseñando filosofía, lingüística, historia, literatura, arte, educación y sociología es, más que un logro académico, un verdadero acto de resistencia cultural.
Por eso me parece importante hablar hoy de la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, institución que el día de ayer, con la presencia de su rector, doctor en Medicina, Santos Guzmán López, y su secretario General, doctor en Ciencia Política, Mario Alberto Garza Castillo.
El 21 de abril de 1950, el Consejo Universitario de la entonces Universidad de Nuevo León aprobó la creación de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras, a propuesta de su rector Raúl Rangel Frías, quien años antes, el 25 de septiembre de 1933, como estudiante había participado en la fundación de la propia Universidad de Nuevo León.
No fue casual su nacimiento. Surgió en un contexto donde Monterrey crecía industrialmente, pero carecía de una voz crítica capaz de pensar su propio destino. Mientras los empresarios erigían fábricas y avenidas, un pequeño grupo de maestros, coordinados por Rangel Frías, decidió fundar una escuela dedicada a la palabra, la historia y la reflexión filosófica.
Su gesto fue profundamente contracultural: apostaron por la formación del espíritu en medio del ruido de las máquinas, la vorágine de los negocios y la prisa de una ciudad que aprendía a producir, pero no a pensar. Fue hasta 1950 cuando el proyecto de Rangel Frías quedó plenamente consolidado para después ser reconfigurado.
A lo largo de su historia, Filosofía y Letras ha sido un verdadero semillero de conciencia universitaria y social. De sus aulas han salido escritores, historiadores, filósofos y sociólogos que dieron lenguaje y sentido a una región acostumbrada a medirlo todo en cifras, pero que gracias a ellos aprendió también a pensar su identidad, su historia y su destino colectivo.