Hace poco hablaba con alguien a quien no le interesa el rock británico y de pronto comenzó a sonar “No Surprises”. Casi de inmediato me dijo que le parecía muy hermosa, y después preguntó de quién era la canción y sobre qué trataba. Al principio pensé en mentir, pero mejor le comenté que era una canción que trataba sobre el suicidio, aunque en efecto de una manera hermosa, pues principalmente al final, Thom Yorke se imagina (o eso entiendo yo), tras haber muerto por recibir el apretón de manos del monóxido de carbono, alojado en un bonito jardín, situado en una bonita casa, en la calma absoluta: “No alarms and no surprises”. En ese más allá imaginario, al fin obtiene la paz que no pudo encontrar antes de llegar ahí (“A job that slowly kills you”).
No había vuelto a pensar en ello hasta que, leyendo una entrevista con Yorke, contaba que en alguna ocasión fue acorralado en un bar por un sujeto que le decía que “No Surprises” era la canción más depresiva que jamás había escuchado, y lo increpaba preguntándole por qué quisieran causar ese efecto en la gente. En la entrevista, Yorke respondía que, en primer lugar, ellos no querían causar ningún efecto específico en nadie y que, por otro lado, esa depresión inenarrable no era lo que él sentía respecto de su propia canción. Después cuenta, de manera un tanto reivindicatoria, que la frase “Bring down the government” había causado en Estados Unidos una especie de minifuror político cuando la tocaban en vivo durante la gira del Ok Computer.
Lo lógico sería desprender de aquí conclusiones sobre lo incierto de la interpretación de las obras de arte o sobre cómo la sociedad etiqueta a una banda como Radiohead de una forma que no necesariamente coincide con su impulso expresivo. Sin embargo, para mí lo más interesante de la conexión fue cómo dentro de cierto marco interpretativo (seguramente el tipo que increpó a Thom Yorke pertenecía a un estrato afluente) cierta música (o la sensación de liberación del suicidio mismo) es nociva y merece el enojo, mientras que una escucha no mediada por concepción previa alguna (no saber quién es Radiohead) probablemente se aproxima más a la hermosura trágica que de entrada dio origen a esa rola en particular. No quisiera hacer una apología del suicidio, pero me consta que en ocasiones se trata de un acto tanto liberador como amoroso, y el hecho de no poder encontrarle su poética siquiera en una inocua canción de rock alternativo es en sí más depresivo y emblemático de la época actual que la discografía entera de Radiohead escuchada de un tirón.