Achille Mbembe planteó hace más de veinte años que el mundo actual ya no se rige por la distinción clásica entre estados de normalidad y estados de excepción. La excepción se volvió el orden… En México, la teoría mbembiana suele hallar confirmación en la vida cotidiana.
La escena del momento: El 25 de julio de 2024, una avioneta que despegó de Culiacán transportó a Ismael El Mayo Zambada amarrado y sedado, secuestrado por un hijo de su principal aliado, Joaquín Guzmán López, quien después lo entregó en Nuevo México al FBI sin solicitar ni recibir autorización de ningún Estado, según ha declarado estos días en una corte de Chicago.
La confesión oficial de Guzmán López da cuenta del Estado de excepción permanente en el que vivimos, donde un narcotraficante actúa como autoridad policial, judicial, militar y consular simultáneamente. Y no pasa nada.
El presidente de EU, Donald Trump anunció ayer posibles incursiones terrestres contra cárteles en territorios extranjeros. Habla de acción unilateral e intervención militar selectiva. Su narrativa repite la lógica del Estado de excepción: hay lugares en los que la soberanía no merece respeto porque no ejerce control. Así empezó Irak, se justificó Afganistán, se normalizó Palestina…
El secuestro del Mayo, reseñado por su ejecutor en una corte oficial apenas un día antes del anuncio trumpista, ofrece una evidencia involuntaria: la excepcionalidad mexicana es visible —y risible— desde satélites, tribunales y salas ovales.
Por eso la amenaza trumpista es más un síntoma de la época que otro exabrupto populista.
En medio de todo, la Fiscalía mexicana cambia de mando, probablemente solo para modificar el relato, no para cambiar la excepcionalidad. Y el ex presidente Andrés Manuel López Obrador reaparece promoviendo un libro grandote sobre los pueblos originarios y su “civilización negada”. Una retórica de grandeza que, ya sabemos, pertenece a una vetusta lógica del Estado nación.
Sin embargo, la realidad —esa avioneta cruzando la frontera sin que nadie la detecte— pertenece a otra gramática: la de un país que vive entre Estado y no Estado, entre memoria y presentimiento, entre ley y excepción. ¿Puede México ser un país donde la frontera no sea un recurso demagógico, donde la justicia no dependa de un fiscal extranjero, donde la violencia no suplante al Estado, donde un libro sobre la “grandeza” no sea una cortina frente a la precariedad y racismo del presente?
Como dicen los zapatistas en comunicados recientes: el mundo está en guerra contra la vida. Y México, atrapado en su excepcionalidad, parece no haberse dado cuenta.