Un chat de WhatsApp saturado de mensajes que demandan leer varios documentos para presentarse a una reunión urgente para tomar decisiones. Fecha y hora de la reunión: viernes, 7 p.m.
En otro chat, alguien me preguntó cómo estaba. Respondí sin pensar: “estoy muy productivo.” ¿Eso era todo lo que tenía para decir?
El problema aquí es creer que la productividad es sinónimo de valor. Mientras más se hace, más se merece.
Ser útil, rendir, tener la agenda llena, todo eso es prueba de que estás bien. En ese paradigma, descansar puede generar culpa.
Descansar es casi una traición al ideal de excelencia.
¿En qué momento confundimos la dignidad con el rendimiento?
Hoy ya no solo nos explota un patrón externo, sino también la voz interior de la autoexigencia. Somos esclavos de nosotros mismos. Identificamos la productividad como una virtud.
La obediencia ciega al sistema productivo nos arranca el alma. No pensar, no dudar, no parar, eso es lo que el poder espera de nosotros.
A veces, esa misma productividad nos detiene en seco. No por iluminación, sino por agotamiento.
Y por supuesto que la fatiga no es sólo física. Es existencial. Es el cansancio de obedecer a la exigencia de productividad.
De seguir sin cuestionar. De hacer sin preguntarnos si verdaderamente merece la pena.
Es importante tener el cuidado de empezar a desobedecer en pequeñas cosas, por ejemplo, decir “no” a una reunión que puede esperar. No responder un mensaje fuera de horario.
Pero sobre todo, darnos permiso para descansar sin sentirnos menos valiosos.
El desafío está en pasar de creer que “solo se existe si se produce” a entender que el valor de cada persona no se mide en entregas y que detenerse en el momento adecuado también es una forma de sabiduría.
La violencia muchas veces no grita… seduce. Nos convence de que somos libres, cuando en realidad sólo cambiamos de amo, del jefe al algoritmo, del horario de oficina al yo hiperexigente.
La cultura del “tú puedes todo” ha desplazado a la crítica sobre la autoexplotación. Pensar, en este contexto, es una forma de desobediencia.
Por supuesto que no propongo el abandono del compromiso, sino el cuestionamiento del modelo que equipara el agotamiento con el éxito. La pausa no es evasión.
Es una resistencia lúcida, una desobediencia necesaria.
IG @davidperezglobal