En una cena, pero me ha pasado muchas veces, alguien hizo un comentario clasista disfrazado de broma.
Hubo un silencio breve, incómodo, y después, risas forzadas. Nadie dijo nada. Yo tampoco.
Pero por dentro, algo se removió.
Me fui a casa con esa sensación pegajosa de haber fallado, a veces me confundo entre la capa de superhéroe y la capa de la culpa. No solo por lo dicho, sino por lo no dicho.
Durante mucho tiempo, entendí la amabilidad como forma para evitar el conflicto.
No molestar. No incomodar. Ser buena compañía. La cortesía como forma de paz.
Pero la experiencia me enseñó otra cosa… que el silencio también puede ser violencia. Y que la comodidad, a veces, protege lo que debería ser cuestionado.
¿Debemos sacrificar la armonía superficial para defender la verdad incómoda?
Sócrates, en la Atenas antigua, se llamaba a sí mismo “el tábano” porque molestaba a los ciudadanos con preguntas para que no se durmieran en su ignorancia. Fue condenado por incomodar demasiado.
Byung-Chul Han recupera esa figura, y afirma que el filósofo no es quien da respuestas dulces, sino quien inquieta éticamente, quien revela lo que duele, pero que urge ver.
Empecé a detectar cuántas veces, en nombre de la armonía, callamos frente a la injusticia.
Entendí que el pensamiento crítico no es arrogancia, sino un acto de cuidado.
De amor, incluso. Incomodar puede ser una forma de respeto hacia los demás y hacia uno mismo.
Desde entonces, cuando escucho algo que normaliza la violencia, aunque sea pequeña, simbólica, cotidiana, trato de decir algo, pero no siempre lo logro.
Con calma, con respeto, pero sin ceder al silencio.
Porque para no abonar a la espiral violenta del silencio cómodo, incomodar tampoco puede ser humillar.
El pensamiento crítico no debe volverse violencia simbólica. El desafío ético está en señalar sin aplastar, cuestionar sin deshumanizar.
¿Cómo hemos organizado nuestra convivencia que tenemos que elegir entre ser aceptados o ser honestos?
¿Qué tipo de violencia prefieres no ver para no incomodar tu mundo? ¿A qué verdades renuncias para ser “buena compañía”?
Vivimos en un mundo donde la violencia adopta formas suaves, como la exclusión con sonrisa, opresión disfrazada de norma, silencios que protegen al más fuerte.
En este contexto hay una tarea necesaria: no embellecer lo injusto, sino revelar sus mecanismos.
Incomodar no es destruir a la sociedad… es intentar salvarla de sí misma.
IG @davidperezglobal