Política

¿China es la solución para América Latina?

  • Mirada Latinoamericana
  • ¿China es la solución para América Latina?
  • Daniela Pacheco

En los últimos meses, países como Brasil, Colombia y Chile han intensificado sus lazos económicos y estratégicos con China. Acuerdos comerciales, cooperación tecnológica, infraestructura ferroviaria, movilidad eléctrica y conectividad digital son solo algunas de las áreas que estos países han activado en su relación con Pekín. No se trata de gestos aislados; son señales de una reconfiguración geopolítica en la que América Latina busca, aunque todavía tímidamente, escapar de una lógica de subordinación histórica.

Las recientes visitas de Lula da Silva y Gustavo Petro a Beijing, en el marco del Plan de Acción Conjunto CELAC-China 2025-2027, representan mucho más que encuentros bilaterales: reafirman el interés creciente de algunos gobiernos de la región por diversificar sus alianzas internacionales y construir ciertos márgenes de autonomía; y las alarmas se han encendido en Washington y Miami.

Como era de esperarse, Estados Unidos ha respondido con una mezcla de advertencias y represalias: nuevas barreras arancelarias al acero brasileño, presiones diplomáticas y declaraciones del Secretario de Estado, Marco Rubio, acusando a los países latinoamericanos de “poner en riesgo la seguridad hemisférica” al acercarse a China. El discurso de siempre: amenazas, apelaciones a la “libertad” —a su libertad—, y llamados a retomar la obediencia del sur y lo que ellos consideran el “deber ser”.

Durante décadas, la política exterior estadounidense en América Latina se ha movido entre el castigo y la “tutela”. Ahora, cuando algunos gobiernos soberanos como los de Colombia y Brasil, deciden explorar caminos alternativos, la reacción es, como siempre, defensiva y paternalista.

China, por su parte, no actúa por altruismo. Como toda potencia, responde a sus propios intereses expansionistas. Pero su estrategia tiene una lógica distinta: financiamiento directo en infraestructura y una narrativa, al menos discursivamente, de respeto a la soberanía. Esto, en una región acostumbrada a las recetas e imposiciones del FMI y de organismos como la OEA, resulta, por lo menos, tentador.

El Plan de Acción Conjunto CELAC-China es un hito que merece mayor atención. A diferencia de otras iniciativas bilaterales, este marco ofrece una plataforma regional para dialogar con el gigante asiático. Incluye ejes de cooperación en energías limpias, conectividad, salud, educación y cultura, entre otros, y promueve una agenda Sur-Sur. Pero su potencial está lejos de cumplirse si los Estados miembros siguen priorizando agendas nacionales y compitiendo por inversiones sin coordinación alguna.

La región sigue enfrentando el mismo dilema: articular una política exterior común o resignarse a seguir siendo una zona de disputa de potencias, donde importa todo, menos sus propios intereses y, mucho menos, sus pueblos. La paradoja es evidente. Mientras nuestros gobiernos firman acuerdos con China por separado, carecemos de una estrategia conjunta frente al nuevo orden multipolar. Y peor aún, muchas veces esas decisiones ni siquiera pasan por debates parlamentarios o instancias regionales de consulta en las cuales revisar los pormenores para obtener mejores resultados, o involucrar a las y los nuestros.

La ausencia de mecanismos eficaces de integración limita nuestra capacidad de negociar en condiciones de mayor igualdad. El debilitamiento de UNASUR, el estancamiento del Mercosur y el rol limitado de la CELAC como un foro más político que operativo —al calor del deseo de nuestras mandatarias y mandatarios—, nos deja como piezas sueltas en un tablero donde otros ya juegan en bloque. Europa negocia en nombre de la Unión; Asia oriental tiene estrategias conjuntas; mientras que en América Latina aún no logramos reconocernos como un actor geopolítico conjunto.

El riesgo no está en cooperar con China, aunque voces repetitivas y catastróficas como la de Marco Rubio vociferen lo contrario. Está en hacerlo desde la fragmentación y la dependencia. El litio, la biodiversidad, el conocimiento ancestral y el potencial tecnológico del continente podrían ser la base de un nuevo modelo de desarrollo. Pero si se negocian como bienes aislados, se convierten en moneda de cambio. Solo con reglas compartidas, alianzas regionales y mecanismos de protección comunes podremos avanzar hacia una soberanía real. Lo contrario es repetir, una vez más, el ciclo de dependencia que bajo la Doctrina Monroe ha frenado nuestro destino común, para pasar a hacer lo mismo, pero bajo otras imposiciones.

Como dice la presidenta Claudia Sheinbaum refiriéndose a México, pero que bien debería aplicar a cualquier otro país de América Latina, “México no es piñata de nadie, lo que hay es colaboración, coordinación, pero no hay subordinación ni tampoco podemos estar a lo que se diga cada día [desde Estados Unidos]”.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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