¿Cómo explicarle a un candidato presidencial que aspira a liderar un país como México que la “discriminación a la inversa” no existe? ¿Cómo conducir el destino de este país cuando no entiende ni siquiera como funciona el racismo y la exclusión? ¿Cómo aspira a hacerle contrapeso a un presidente que entiende e interpreta perfectamente al pueblo? A ese que sí ve limitada su movilidad social y sus oportunidades por su color de piel.
Dice el hombre blanco, heterosexual, exsecretario de Estado, exembajador, de familia hacendada, nieto de políticos, que el presidente López Obrador lo ataca por el color azul de sus ojos y su tez blanca, y que se siente discriminado.
Un candidato que no tiene empacho en apropiarse y utilizar una lucha para victimizarse. Si la discriminación se entiende como el tratamiento que reproduce la condición de inferioridad de determinados sectores sociales, resulta imposible y ridículo suponer que quienes pertenecen a los sectores dominantes puedan considerarse víctimas de discriminación. La discriminación se da siempre de arriba para abajo, no al revés.
No sorprende que el candidato favorito de las élites del PAN hable desde su condición de privilegio, pero sí llama la atención que tenga que acudir a estos señalamientos absurdos en contra del presidente para figurar de alguna manera. Después de ser casi el candidato natural de la alianza opositora, fue opacado por la “disruptiva” Xóchitl Gálvez.
La elección de la oposición de utilizar cualquier odio contra López Obrador como único motor de su alianza, tiene condenados a algunos de sus candidatos a la irrelevancia política y a ocupar titulares por llantos y “lapsus” —como denominó sus expresiones el propio Creel—. De un lado, Gálvez intenta convencernos de las historias de éxito de movilidad social como si no fueran casos aislados en México, y del otro, candidatos como de la Madrid y Creel nos cuentan un mal chiste sobre las penurias de los güeros.
Más allá de lo absurdo de la situación, el “lapsus” resulta sintomático del divorcio entre las élites políticas y económicas y ciertos partidos políticos, respecto a la sociedad en general. Si comprendieran al menos un poco el país que quieren gobernar sabrían que es ofensivo, por lo menos, hacerse pasar como víctimas cuando pertenecen a los grupos que siempre han ejercido ese racismo.
Ni siquiera en campaña, cuando al menos intentan mostrarse más cercanos a las grandes mayorías, logran levantar. No cabe duda que la oposición mexicana está muy lejos de invocar la indignación y el coraje del pueblo. Ni a verse más simpáticos han llegado. Por más que graben videos junto a de los abajo se nota a leguas que jamás han vivido en medio de ellos. Dirán que no es su culpa haber nacido en cuna de oro, pero al menos no intenten convencernos con sus dramas superficiales de lo contrario.
Vivimos tiempos de mucha simulación.