Mientras el cine de animación global suele orbitar entre la hegemonía de Hollywood y el sello inconfundible de los estudios japoneses, desde las entrañas de Mesoamérica emerge un rugido que busca cambiar el mapa. “La Marca del Jaguar: El Despertar del Fuego”, un proyecto tapatío muy ambicioso que es una apuesta audaz por reclamar un espacio en la imaginación colectiva desde nuestra propia mitología.
Esta semana, en el prestigioso Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano con sede en la capital cubana, el proyecto compite por el Premio Coral de Posproducción y es que La Habana sigue siendo, pese a todo, el gran altar donde el cine de la región se consagra, se debate y se abraza. Presentarse allí, en la categoría de “obras en progreso”, es buscar la bendición de los pares, el feedback crítico y el impulso simbólico que solo un foro de este pedigree puede dar.
La historia detrás de la película es tan épica como la que promete contar.
Todo empezó aquí y se fue puliendo… Guadalajara la vio nacer, pasó por México, Brasil y se fueron uniendo colaboradores franceses y hasta americanos. Basada en la cosmogonía nahua, siguiendo a un guerrero marcado –literal y figurativamente–, la cinta encarna una lucha moderna: la de la identidad, la inclusión y la aceptación.
Pero también narra una lucha histórica: la del cine de animación mexicano por encontrar su voz y, sobre todo, los recursos para amplificarla.
Que este sea el primer largometraje animado con enfoque comercial que logra una coproducción tripartita entre México, Brasil y Francia, habla de una tenacidad férrea.
El productor Omar Karim, el director Víctor Mayorga y su equipo tuvieron que internacionalizar el proyecto, seducir a la agencia brasileña Ancine y a un productor francés con créditos en Matrix, porque el apoyo local, al parecer, no fue suficiente. Es la vieja paradoja: para contar una historia profundamente local, a veces hay que tejer alianzas globales.
Karim, productor del filme, lo resume con la elocuencia de quien ha librado cada batalla. “Al principio muy poca gente creyó, y tristemente esas personas, en su mayoría, fueron extranjeros”, me dijo. Este desdén inicial, sin embargo, no apagó la visión, sino que templó el carácter del equipo.
Hoy, con el proyecto posicionado en Annecy y compitiendo en La Habana, el panorama ha cambiado drásticamente: "Ya cuando ven que el proyecto tiene mucho futuro, empiezan a buscarnos otro tipo de personajes, distribuidores, empresarios".
Karim reconoce la validez de este interés, marcado por la lógica del retorno de inversión, pero subraya el contraste con la fe inicial, aquella que no se midió en cifras sino en convicción. Para él, este camino de desconfianza, perseverancia y eventual reconocimiento no es una anécdota marginal; es la esencia misma del viaje.
"Creo que todo esto es parte del camino que nos tocaba vivir con la película porque precisamente es lo que refleja la historia: la tenacidad, la fuerza, ese carácter que se va forjando en el camino".
Así, la odisea de llevar al jaguar mesoamericano a la pantalla se convierte en un espejo de su propio mensaje, culminando en un sentimiento de profundo orgullo: "Y que al final nos enorgullece como mexicanos poder contar al mundo un poco de nuestra historia". La película, por tanto, no es solo el producto final, sino el testimonio vivo de una persistencia que tardó veinte años en encontrar su fuego nuevo.
El Festival de La Habana es, entonces, más que una competencia, una validación continental en el camino. Al apostar por La Habana, “La Marca del Jaguar” hace una jugada maestra. Busca el Coral no solo para financiar los últimos detalles técnicos o la musicalización, sino para coronarse como el proyecto que muchos en Latinoamérica anhelan ver: uno que demuestre que nuestras leyendas pueden dar vida a un espectáculo cinematográfico de talla mundial, sin necesidad de renunciar a su esencia.
