Política

Libros, FIL y cine: la luz que comparten

Hay lugares que son santuarios. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, lo es. Uno entra por sus pasillos y siente ese rumor peculiar, ese zumbido de páginas que se pasan, de susurros sobre títulos, del roce de los dedos contra una portada recién descubierta. Es el sonido del mundo cuando piensa. Este año, Barcelona, esa ciudad que ha escrito tantas páginas con adoquines y luz de Mediterráneo, es la invitada. Y ha traído un regalo inesperado, que no son sólo libros. También trajo un ciclo de cine en la Cineteca de la UdeG.

La FIL amplía su oferta cultural con un ciclo especial que celebra a Barcelona como invitado de honor, presentando lo mejor del cine catalán contemporáneo del 2 al 6 de diciembre en la Cineteca FICG. Todas las funciones son completamente gratuitas e incluyen sesiones de preguntas y respuestas con directores o parte del elenco al final de cada proyección, ofreciendo al público una inmersión cinematográfica única que complementa la experiencia literaria de la FIL.

Al principio, uno podría fruncir el ceño. ¿Una feria del libro proyectando películas? ¿No será una distracción, un brillo ajeno que desvía la atención del verdadero tesoro? Me senté en la butaca con ese prejuicio. Y salí, horas después, con el corazón en un puño y una certeza nueva: el cine no viene a apagar la luz de los libros. Viene a recordarnos de dónde sale esa luz.

En la pantalla, cintas inolvidables. Como “Polvo serán”, musical dirigido por Carlos Marques -Marcet y el guión coescrito por María Arnal. Claudia y Flavio toman la decisión más íntima, la última que pueden tomar juntos. No hablan mucho. A veces, la cámara los observa en silencio. Otras, la música de María Arnal dice lo que las palabras no alcanzan. Pero al salir, lo que uno desea no es alejarse de esa historia, sino profundizar en ella. ¿No hay, en algún estante, una novela, un ensayo filosófico, un poema que hable de este amor que se aferra a la libertad incluso ante la muerte? La película no cierra la puerta. La abre de par en par, y nos empuja suavemente hacia la biblioteca.

Luego está “Olivia y el terremoto invisible”, ella es la niña que inventa mundos para salvar a su hermano de la tristeza. En la animación, dirigida por Irene Iborra, basada en la novela y el guión de Maite Carranza, vemos su imaginación hecha color y movimiento. Pero cualquier padre, cualquier abuelo en la sala, reconoce al instante el mecanismo más antiguo del mundo: el de un niño que, ante el dolor, construye una historia. Es el mismo impulso primario que hace miles de años, alrededor de un fuego, hizo que alguien dijera “érase una vez”. El cine lo muestra. La literatura lo guarda. Son el mismo río, visto desde dos orillas.

Ahí reside la magia, y el amor. La FIL no está claudicando. Está haciendo de anfitriona de una conversación íntima y largamente esperada. Invita al cine a sentarse a la mesa, no como un rival, sino como el hermano que, durante años, contó las mismas historias pero con distinto acento. “Mira”, le dice el libro a la película, “así es como yo guardo el tiempo, con letras quietas que se mueven dentro del que lee”. Y la película responde: “Mira, así es como yo lo muestro, con rostros que parpadean y calles que huelen a lluvia”. Y nosotros, en el medio, somos los afortunados que entendemos ambos idiomas.

El “47” nos cuenta la épica minúscula de Manolo Vital, y al verla, uno quiere saber más: buscar el artículo de periódico de la época, la crónica social, el contexto histórico que late entre línea y línea de ese guión, además obtuvi Goya a Mejor Película. “Seis días corrientes”, una cinta súper taquillera, nos muestra la poesía de lo ordinario, y esa es la esencia misma de la mejor literatura: la que dignifica una vida anónima. Cada película es un prólogo. Es una invitación a seguir leyendo.

Al final, cuando se apaguen las luces de la Cineteca FICG de UdeG y los proyectores enfríen, lo que quedará no es la competencia de dos formatos, sino la celebración de un solo milagro: el de contar. Barcelona lo sabe. Es una ciudad donde una misma historia puede empezar en una librería de El Raval, tomar forma en un guion escrito en Gràcia, y terminar filmándose en la Barceloneta, con el mar de fondo. El viaje es circular.

Por eso, este ciclo no es una concesión al espectáculo. Es un acto de amor. De amor a las historias, en cualquiera de sus formas. Un amor lo suficientemente grande, lo suficientemente seguro, como para no sentir celos. Como para entender que cuando una imagen nos estremece, en realidad está escribiendo, a su manera, en el mismo libro infinito donde otros, con tinta y paciencia, anotan sus versos.

Vayan al cine de la FIL y salgan de la proyección dejando que los ojos se adapten a la luz tenue del atardecer en Guadalajara. Y luego, entren de nuevo a la feria del libro más importante y querida de todas. Recorran los pasillos. Toquen los lomos de los libros. Verán: no están fríos. Están calientes, como si acabaran de llegar de muy lejos, trayéndonos, en letras discretas, el mismo estremecimiento que acabamos de sentir en la oscuridad de la sala.

Al final, todo es lo mismo: el deseo feroz de decir “Yo estuve aquí, yo sentí esto, y esto es lo que vi”. Ya sea con una cámara o con una pluma. La FIL, sabia, nos abraza a todos. Porque en este santuario, lo que se venera no es el papel, ni el celuloide. Se venera el hecho, hermoso y terco, de seguir contando. De seguir buscando, en la pantalla o en la página, un reflejo de nosotros mismos.


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Daniela Nuño
  • Daniela Nuño
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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