Viajar es, sin duda, uno de los placeres más antiguos y trascendentes de la humanidad ya sea por trabajo, placer o destino. En los exiliados hay también historias de viajes que partieron para no volver y eso sería motivo de otra reflexión.
Me quedo con las travesías literarias de Gulliver y Verne o, los viajes desde Acapulco con destino a las Filipinas haciendo escalas en mi recordado Cabo San Lucas. Luisito Comunica cubre países exóticos, que insisto, nos invitan a recorrer el mundo.
El Dalai Lama recomendaba viajar una vez al año.
Esa recomendación trato de seguirla cada que puedo. Viajar da felicidad, además, desataranta.
Viajar para los políticos debe ser compromiso. Porque sí, los viajes también forman parte de las tareas públicas.
Son parte del deber cuando se viaja de forma oficial, representando al país o a una institución.
El problema, como casi siempre, es el exceso, el abuso, la impunidad, la falta de ética y el desprecio por la medianía republicana.
La historia política mexicana está plagada de ejemplos.
El más recordado y surrealista quizá sea el de Carmen Romano de López Portillo, esposa del presidente José López Portillo que viajaba con sus pianos.
Se cuenta que, en una visita a La Paz —puerto de ilusión—, Baja California Sur, llevó consigo su piano de cola tan grande, que, para ingresarlo al hotel demolieron una pared. Así de faraónico y titánico el gesto.
Esos eran excesos no nimiedades…
Décadas después, el país vivió el episodio de Angélica Rivera, entonces esposa del presidente Peña Nieto, quien no solo fue vista como símbolo del derroche mediático, sino que, durante una gira oficial a China, llevó a su maquillista, costeado con recursos públicos.
No fue un secreto, fue escándalo.
O como olvidar cuando los políticos del PRI hacían del transporte aéreo su capricho personal.
Casos como Emilio Gamboa Patrón, que usaba helicópteros de la Marina para ir a jugar golf en plena jornada laboral o, aquel titular de CONAGUA, David Korenfeld, captado por sus vecinos mientras abordaba un helicóptero oficial desde la comodidad de su casa para llegar a sus oficinas.
Ambos, ejemplos grotescos del uso patrimonialista del poder para fines privados. Y sí, con recursos públicos.
Y qué decir de mis gobernadores de Durango en turno que les encanta ir a Europa y Asia disque a buscar inversiones e intercambios comerciales (con decenas de funcionarios), y lo único que hacen es turismo político con cargo al erario.
Recuerdo hace algunos años que el ex gobernador de Durango, Ismael Hernández Deras hizo una gira por China.
Lo único que trajo (me atrevo a pensar), fue figuras de porcelana que muy seguramente llegaron quebradas junto con autenticas galletitas de la suerte.
Esta reflexión surge a propósito de los señalamientos recientes hacia algunos integrantes de Morena, captados en destinos turísticos del extranjero disfrutando de sus vacaciones.
¿Tienen derecho?
Por supuesto. Tienen derecho como cualquier ciudadano. Como Usted y como yo estimado lector cuando se trabaja y se cuenta con un presupuesto para tal fin.
Pero ese derecho se ejerce mejor cuando hay honestidad, transparencia y congruencia.
Y en tiempos de redes sociales, donde nada queda oculto bajo el sol y la ciudadanía observa, juzga, y contrasta hay que estar a las vivas o “bien truchas” dirían en el barrio y más, con una oposición que no tiene más argumento que la mentira, la calumnia y la difamación.
Al respecto, la presidenta Claudia Sheinbaum fue categórica: “Mientras sean recursos personales, no públicos —porque eso sí ya tendría otra connotación— las personas tienen derecho a vacacionar.
Mi posición, y siempre lo he dicho, es que el ejercicio del poder en la Cuarta Transformación debe ser con humildad.
El poder es humildad, y eso tiene que mostrarse en cualquier acción que desarrollamos”.
Continuará…
@CUAUHTECARMONA