Política

El Zócalo respalda. La base demanda

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  • Cuauhtémoc Carmona Álvarez

El lleno del Zócalo el pasado sábado no solo fue un acto político; fue un recordatorio a la oposición que desea ver un debilitamiento hacia el movimiento fundado por el presidente Andrés Manuel López Obrador. 

Un pulso, una respiración colectiva y respaldo social que habla más de aquellos que se colocan en primera fila en la plaza pública más importante del país.

La Cuarta Transformación conserva un discurso reconocible, fiel a sus raíces, centrado en el humanismo como eje de una política que se asume progresista y liberal. 

La Presidenta volvió a subrayarlo: no se gobierna desde el privilegio sino desde la convicción ética. Porque sin ética no hay proyecto. 

Esto les cuesta entenderlo a muchos políticos, sobre todo a los vulgares ambiciosos, pero esas, esas son otras historias…

Y aunque dentro del movimiento existan quienes roban, mienten y traicionan, es evidente que son los menos. 

No alcanzan a opacar el cuerpo mayor, la estructura profunda, la cimentación que sostiene el segundo piso en construcción que tiene que ver con la ética y la moral de quienes no roban, mienten y traicionan que, por cierto, nunca fueron priistas o panistas.

El Zócalo, una vez más, funcionó como barómetro del ánimo público. 

Ahí se mide no solo el respaldo político sino la vitalidad moral de un proyecto que, pese a quienes insisten en reducirlo a entregar dinero, quedó demostrado que el viejo régimen fue experto en desviar recursos hacia políticos y empresarios que vivían en la lógica rapaz del privilegio. 

Por cierto, el más ignominioso de los políticos del viejo régimen, Enrique Peña Nieto, está de regreso. Sería bueno que regrese todo lo que se llevó.

Aristóteles recordaba que todo ejercicio político debe orientarse al bien común. Si ese principio se pierde, se cae en la mera administración del interés propio. 

El discurso presidencial se encuadra en esa vieja enseñanza: gobernar es cuidar el bienestar de todos, no alimentar el ego de unos cuantos que, por cierto, algunos están cada vez más desesperados por adelantar el proceso del 2027.

El mensaje del domingo fue claro. La presidenta Sheinbaum tiene un respaldo real, palpable y medible, suficiente para hacer un balance adentro de su gabinete y distinguir qué vale la pena mantener y qué urge corregir.

Y no se puede dejar de reconocer que hay zonas de desorden, como en las aduanas del país y en el manejo de hidrocarburos por mencionar solo dos temas. 

Hay administradores públicos que confunden encomienda con negocio; hay espacios donde la disciplina se dispersa y el espíritu original se diluye. 

La entropía política es una amenaza constante y la presidenta lo sabe. Y está en todos los órdenes de gobierno y en todos los partidos.

Lo que ocurrió anteayer no es un cheque en blanco, pero sí es una confirmación de rumbo. El pueblo respalda y simultáneamente exige. Acompaña, pero vigila. Alimenta la legitimidad, pero demanda coherencia.

La presidenta no está sola. Está acompañada de un movimiento que, cuando se afirma desde su ética, es capaz de convocar a cientos de miles. 

El reto ahora es sostener ese impulso y traducirlo en decisiones que mantengan vivo el espíritu fundacional. Más de medio millón de militantes y simpatizantes el sábado en el Zócalo lo confirman.

El desafío es que ese pulso siga marcando el compás del bien común. 

Y que la ética no se convierta en un discurso, sino en la columna vertebral de un proyecto que aún tiene mucho por ofrecer si aspiramos a la construcción del tercer piso.


@cuauhtecarmona

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