Si algo define El Estilo Personal de Gobernar de Andrés López Obrador es el regreso de El Presidencialismo Mexicano.
Por su importancia para quienes nos formamos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, estoy seguro (sin pruebas) de que el presidente también leyó a Daniel Cosío Villegas y a Jorge Carpizo McGregor.
Publicados, en 1974 y 1978, respectivamente, ambos libros nos ayudan a entender la realidad mexicana de aquellos años. Y también a descifrar parte de la sucesión presidencial de 2024.
En El Estilo Personal de Gobernar, Don Daniel, presenta un brillante ensayo en el que el extraordinario historiador crítica con severidad y lucidez la manera autoritaria e irresponsable con que el presidente Luis Echeverría gobernaba. En El Presidencialismo Mexicano, Carpizo -- entonces jurista y luego rector y operador estelar del salinismo--, analiza el enorme poder, constitucional y metaconstitucional, que el sistema político otorgaba al mandatario en turno. Desde sus dos muy diferentes visiones, ambos autores reflexionan sobre el cambio de mando, un asunto que desde 1928 ha sido la clave para entender la cultura política del país.
Noventa y cinco años después, estamos a un par de semanas de que comience el ocaso de López Obrador Superstar, pues si algo nos enseña la historia --nacional y mundial--es que todo tiene un final. Y en el México de antes --como en el actual-- el momento mismo en que se hace público quién será el candidato o la candidata del régimen equivale al clásico "¡El rey ha muerto! ¡Viva el Rey!".
Si bien, en este caso en particular, me resulta más o menos evidente que la transición del poder es un asunto que no se definirá de manera instantánea: ni el 6 de septiembre, ni siquiera el 2 de junio del año que viene.
Ante la polarización extrema --60/40 si se quiere-- resulta absurdo suponer que, en un solo día se definirá el balance de fuerzas hasta 2030.
A partir de los inminentes "destapes", comienza lo que puede ser el "interregno" más complicado desde... ¿siempre?
Más allá de la propaganda --del gobierno o la oposición-- y del ruido mediático que nos querrá convencer de que está por comenzar una muy emocionante competencia, cuasi deportiva, en la que estará en juego el destino mismo de la patria, lo cierto es ganar el gobierno no es lo mismo que ganar el poder y que, por ende, tenemos por delante tiempos muy interesantes (como dijera la célebre maldición china).
Las candidatas, supongo, serán Claudia y Xóchitl. Cualquier tercero en la disputa será más o menos irrelevante. Y como ambos bandos acomodarán a sus favoritos en la enorme lista de posiciones en juego, la clase política seguirá siendo básicamente la misma que hasta ahora... ¡Uhf!
También es previsible que la economía se moverá en un carril más o menos paralelo al electoral, pues los principales grupos de poder económico seguirán muy cerca del poder político, con independencia del color. Ni modo, la democracia, como simple alternancia entre las elites.
El presidente, por supuesto, como casi todos los anteriores, hará todo lo que pueda para favorecer a los suyos --"¡Elección de Estado!", reclamarán los que están fuera--, y probablemente lo logrará.
Aunque, si algo nos enseña La Historia es que ninguno de los protagonistas de las tres anteriores "Grandes Transformaciones" que constituyen el mantra de la 4T lograron mantenerse en el poder. Además, no podemos ignorar el hecho de que tres de las últimas cuatro elecciones presidenciales las ha ganado la oposición.
En todo caso, como ni el carisma ni el liderazgo se pueden heredar, todo indica que la cuesta abajo del movimiento obradorista será cada día más pronunciada.