¿Por qué le temen a los debates los políticos con tintes autoritarios?
Porque los políticos con aires dictatoriales quieren tener la razón siempre y que nadie los objete.
Los debates en su fórmula clásica, de reunir a los candidatos al mismo puesto para que confronten sus ideas y cuestionamientos directamente, son uno de los avances más simbólicos de las democracias modernas.
La inspiración autoritaria nunca la van a declarar abiertamente las personas que aspiran al poder, que se involucran en la política y que son proclives -aunque ellas mismas no lo acepten- a estas prácticas.
Es básico que un verdadero debate se dé en condiciones equitativas y acordadas entre los contendientes, pero no al gusto de alguno de ellos. Claro que estos políticos quisieran tener más tiempo de exposición que sus oponentes, abrir y comenzar el debate o ser el único orador -como en las mañaneras- y escoger las preguntas y hasta escoger a quienes conducirán el encuentro, pero eso no sería un debate, sino un montaje.
El malestar de quienes se oponen a los debates, a los que sí se realizan en condiciones de imparcialidad y equidad es porque no tienen el control de lo que ocurrirá en él y saben que al ser foros libres sus oponentes expondrán sus negativos: sus yerros, mentiras y conductas u omisiones cuestionables ante la opinión pública.
Lo que pocos observan es que un debate comienza mucho antes de la reunión física de los contendientes en una sala o foro. Comienza desde la propuesta de realizarlos y en las negociaciones que le suceden en las que los representantes de cada uno de los aspirantes y en ocasiones los mismos candidatos forcejean para imponer sus condiciones, por ello es una gran ventaja que la ley en México obligue a que haya debates, quieran o no los postulados.
Las escaramuzas previas a los debates nos permiten conocer anticipadamente la percepción que tiene cada candidato -y sus aliados- de sus posibilidades de triunfo o de derrota en ese ejercicio.
El condicionamiento excesivo, la reticencia a un debate imparcial, las descalificaciones sin sustento y hasta el ausentarse muestran, sin lugar a dudas, el verdadero talante antidemocrático de cada político.