Llega septiembre, el mes patrio, el mes de la identidad mexicana y en el caso del lenguaje coloquial de los mexicanos, hay una y mil palabras — palabras prohibidas, secretas, malditas o de mágica ambigüedad, afirma el poeta Octavio Paz— que son dignas de recordar en su acepción y en su dimensión cotidiana.
De México para el mundo, hay una palabra única y maravillosa (“nuestro santo y seña”, dixit Paz), que nos identifica: chingada.
En el libro El laberinto de la soledad (FCE, 1989) —lectura obligada porque no se puede andar por la vida sin haber leído a Paz en su laberinto—, el autor realizó un minucioso estudio de esta palabra cuyo probable origen sea azteca, la cual tiene varios significantes y múltiples rostros: unas veces es sustantivo, las más es verbo y otras muchas veces adjetivo; se disfraza también de locución adverbial o de locución interjectiva. “Basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido varíe. Hay tantos matices como entonaciones: tantos significados como sentimientos”.
En la palabra hay intencionalidades que van desde la violencia y agresión; hasta la magnificación, dependiendo la entonación que se aplique al nombrarla. En este proceso de habla coloquial se incluye, de cierto modo, una acepción de humor un tanto oculto o un tanto abierto: Ah, ¡qué la chinita!
Esta palabra, muy a la mexicana, también describe la vida social porque, en sí misma y en la pluralidad de sus significaciones, lleva una suerte de división de castas: los fuertes y los débiles, o sea, los chingones y los chingados.
“Los fuertes —chingones sin escrúpulos duros e inexorables— se rodean de fidelidades ardientes e interesadas. El servilismo ante los poderosos —especialmente entre la casta de los “políticos”, esto es, de los profesionales de los negocios públicos— es una de las deplorables consecuencias de esta situación”. Y agrega Paz: “Otra, no menos degradante, es la adhesión a las personas y no a los principios. Con frecuencia nuestros políticos confunden los negocios públicos con los privados. No importa. Su riqueza o su influencia en la administración les permite sostener una mesnada que el pueblo llama, muy atinadamente, de “lambiscones” (de lamer).”
Chin, chin, (para brindar o como apócope de ching…, como se quiera utilizar) llega septiembre y llegan los cambios de estación (qué chingón: el otoño) y de gobierno.
Unos se quedan, otros llegan y los demás se van a la…