Quienes ejercen la política y tienen el privilegio de gobernar, no son sino personas comunes con el honor de servir a la ciudadanía. Personalmente, como política y como gobernante que he sido, estoy convencida de que, al vivir México momentos de enorme dificultad, debemos alzar la mirada para ver el horizonte, apreciar con claridad la dimensión de cada problema y valorar la grandeza de nuestra nación.
Todo mundo quiere que los problemas se resuelvan y que sea rápidamente. Sin embargo, hagamos un alto para responder si estamos verdaderamente resueltos, sociedad y gobiernos, a confrontarnos con el vertiginoso colapso ético que ha venido ocurriendo en las últimas generaciones. ¿Estamos decididos?
¿Estamos realmente conscientes de la responsabilidad que tenemos todas y todos?, ¿del deber que tienen los gobiernos y la sociedad de trabajar y dar buenos resultados? ¿Permaneceremos indolentes ante las realidades que carcomen el día a día en este país?: niñas y niños sin padres, mujeres víctimas de todo género de violencia; delitos sin castigo, derechos sin responsabilidades, comunidades sin control.
Ningún gobierno puede solo ni puede hacerlo todo. ¿Lo tenemos claro? México nos necesita a todas y todos, unidos como uno solo: gobiernos, partidos políticos, instituciones religiosas, iniciativa privada, mujeres y hombres de todas las edades, actuantes, decididos por una vida mejor.
Las leyes, por completas y avanzadas que puedan ser, no provocan transformaciones mágicas, ¿lo tenemos claro? ¿Asumimos que la legalidad debe ser práctica cotidiana y que cuando se quebranta la norma debe haber sanciones?, ¿que nadie -en verdad nadie- está por encima de la ley?, ¿que los derechos humanos son para todas y todos y que se deben respetar y ejercer a plenitud?
Sí, habrá quien ubique estas palabras en la línea de la utopía, pero siempre he creído que si se trabaja con la mirada en el ideal, es posible que lo bueno ocurra. Por tanto, si queremos paz, debemos rechazar absolutamente la violencia; si queremos justicia, debemos oponernos enérgicamente al abuso y observar la ley.
Estas son las razones que han guiado mi incursión en la política y sé que en todo acto debemos refrendar la plena fidelidad a los principios éticos y morales, para ser capaces de cumplir compromisos a cabalidad, con transparencia y eficacia.
En congruencia, siendo integrante de la LXIII Legislatura de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, propuse el primer Código de Ética de la Cámara de Diputados, logré su aprobación el 29 de abril de 2016 y fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el 10 de mayo del mismo año. Los principios de conducta que estipula son decoro, honradez, respeto, transparencia, independencia, profesionalismo, tolerancia, responsabilidad e integridad, entre otros.
La Ética no es una moda, es imperativo entenderla y practicarla todos los días, en cualquier rama de la actividad laboral, no se diga al hacer política y gobernar; estemos siempre al nivel de la dignidad humana y de sus más profundas fibras.
Carolina Monroy