La pandemia nos dio conciencia de que somos habitantes de un mismo planeta, al grado de que podemos ser afectados de inmediato, en lo más íntimo, por algo que ocurre en una lejana provincia de China. Esta conciencia de nuestra interdependencia debió habernos hecho más receptivos a otras amenazas que son también globales, pero no lo ha hecho.
El lunes pasado terminaron las maniobras militares en torno de Taiwán que ordenó China como represalia por la visita de la presidenta de la isla a Estados Unidos. Los ejercicios militares simularon el cerco y el bombardeo de la isla, a lo que los americanos respondieron con el envío de un destructor hacia una zona del Mar del Sur reclamada por China. Las tensiones entre Pekín y Taiwán amenazan con convertirse en un enfrentamiento violento con profundas consecuencias internacionales, porque implican un choque entre las dos economías más importantes del mundo, China y Estados Unidos.
Taiwán es una isla de alrededor de 36 mil kilómetros cuadrados, con una población de poco más de 23 millones de habitantes, situada al sureste de la costa de China, a una distancia media de 180 kilómetros, entre Shanghái y Hong Kong. En el siglo XVI, la isla fue ocupada por los portugueses, que la llamaron Formosa (Hermosa). Después, también, por los holandeses y los españoles. A fines del siglo XIX cayó bajo la dominación de Japón, que la mantuvo bajo su control hasta el final de la Segunda Guerra. La mayoría de los habitantes de la isla desciende de emigrantes de China llegados entre los siglos XVII y XIX (aunque en las montañas sobreviven alrededor de 370 mil habitantes originales de la isla, malayo-polinesios, que conservan las culturas y las lenguas de sus antepasados). A fines de 1949, tras su derrota a manos de los comunistas, llegaron a Taiwán dos millones de chinos (soldados, funcionarios, empresarios, intelectuales) que fundaron su capital en Taipéi. Estos dos millones de chinos se sumaron a una población ya existente de seis millones. Las tensiones entre los grupos llegados antes y después de 1949 son uno de los ejes que determinan la política en la isla.
Taiwán es en los hechos un estado independiente: tiene un ejército, una constitución, un territorio, un gobierno electo. Pero su estatus legal sigue siendo confuso. No es reconocido por las Naciones Unidas. Es formalmente una provincia de China. La mayoría de los taiwaneses, al parecer, busca un camino intermedio entre la independencia y la reunificación con China. Estados Unidos fue aliado de Taiwán durante la Segunda Guerra y la guerra fría. En 1979, el presidente Carter rompió relaciones con Taipéi para acercarse a Pekín, pero el Congreso de Estados Unidos, en cambio, prometió suministrar armas defensivas a Taiwán. Desde entonces, la política de Washington ha sido descrita como de “ambigüedad estratégica”. La ambigüedad no es deseable, sobre todo ahora que Taiwán está gobernado por un partido que lucha por la independencia de China. En Occidente, en opinión de muchos, un incremento peligroso en las tensiones con Pekín es un precio aceptable para proteger una democracia floreciente en Asia. Mi opinión es que Occidente no debe arriesgar una guerra en Taiwán, sino negociar su incorporación a China en términos similares a la de Hong Kong.