“La conversación es un arte, uno de los grandes placeres de la vida, incluso la base de la sociedad civilizada”, dice The Economist (que leo con devoción) en un artículo que cuenta la historia de las reglas de la conversación: “Chattering classes”.
El artículo menciona a algunos de los grandes conversadores de todos los tiempos, como el pensador de la Ilustración Denis Diderot (cuya conversación era, según un testimonio, “animada por una sinceridad absoluta, sutil sin ser obscura, variada en sus formas, deslumbrante en sus vuelos de imaginación, fértil en ideas y en su capacidad de inspirar ideas en los demás”) y el filósofo de Oxford Sir Isaiah Berlin (cuyos amigos lo veían hablar como si fuera, decían, “un artista del trapecio, volando por todos los temas imaginables”). Entre los ingleses más recientes que fueron grandes en la conversación, el semanario menciona a Virginia Woolf, Christopher Hitchens y Tom Stoppard, y a un personaje maravilloso que yo no conocía: Sir Patrick Leigh Fermor.
The Economist hace un recuento de las reglas que norman la buena conversación, para lo cual se remonta a más de dos mil años de literatura. Hace notar que los consejos para hablar bien son coherentes a lo largo del tiempo. En el año remoto de 44 antes de Cristo, Cicerón hizo ver que, así como había reglas que normaban la oratoria, para saber hablar en público, no las había para normar la conversación y saber hablar bien en privado. Reflexionó él mismo sobre esas reglas, las de la conversación, que resumió así… Hablar con claridad; hablar con soltura, pero no demasiado; saber escuchar; no interrumpir al que esté hablando; ser cortés y amable; tratar con seriedad los temas serios y con ligereza los más ligeros; no criticar a las personas a sus espaldas; centrar la conversación en los temas de interés general; no hablar de uno mismo; nunca perder la calma. Estas reglas, comunes entre las culturas, permanecen vigentes hoy, a pesar del paso del tiempo. Aunque hay desde luego excepciones: Winston Churchill era un gran conversador (pero no sabía escuchar) y Samuel Johnson era un conversador legendario (pero no era amable). A veces ocurre que uno no tiene nada que decir. ¿Qué hacer entonces? La Rochefoucauld distinguía distintos tipos de silencio: el silencio “elocuente”, el silencio “burlón” y el silencio “respetuoso”. Pero es raro que un francés guarde silencio. “Los franceses sienten que tienen que hablar, aunque no tengan nada que decir”, decía Samuel Johnson. “Los ingleses, en cambio, están satisfechos callando”.
Me quedé pensando… ¿Quiénes son los grandes conversadores de México? Uno de ellos fue el Conde de la Cortina, que vivió en la primera mitad del siglo XIX. “Es un caballero y un sabio, hombre de vastos conocimientos y protector de las bellas artes”, escribió la señora Calderón de la Barca en su precioso libro La vida en México. “Su conversación es una serie constante de chispazos eléctricos, brillante como un fuego fatuo y desconcertante como un meteoro. Pocas veces he oído yo tanta elocuencia, aun a propósito de cosas baladíes”. ¿Y en el siglo XX? ¿Quiénes fueron los grandes conversadores de México? Pienso en algunos que conocí de la generación de medio siglo, como Carlos Fuentes y Porfirio Muñoz Ledo, y su maestro, Fernando Benítez.