Desde que la inteligencia artificial se volvió accesible en 2022, el mundo educativo vive entre la fascinación y la alarma. Se multiplican los augurios sobre el fin del pensamiento crítico; sobre la relevancia de las universidades en un futuro donde las ideas ya no tienen monopolio.
En medio del ruido, el aula se ha vuelto un campo de sospecha y vigilancia, donde por momentos se dedica más tiempo a detectar “trampas” que a imaginar nuevas formas de enseñanza.
Pero la irrupción tecnológica es irreversible. Negarla no ayuda. Y ante los discursos apocalípticos, el mejor antídoto son los datos. Los números son elocuentes: 86% de los estudiantes en el mundo ya usa IA en sus actividades, mientras solo 3% de docentes ha modificado sus prácticas para integrarla (Digital Education Council). Los alumnos avanzan; los docentes dudan; en los sistemas educativos hay pasmo.
Y el fenómeno va más allá del aula. En EEUU, 72% de los jóvenes usa IA como confidente o terapeuta (Common Sense). La tecnología ya no solo enseña: acompaña, escucha, aconseja. En México, todavía no sabemos con claridad cómo está transformando las formas de aprender, y hasta de sentir.
Por eso, desde la Secretaría de Educación Pública impulsamos el Censo Nacional sobre usos y percepciones de IA generativa. Será el primer diagnóstico del país sobre su impacto real en la universidad.
No se trata solo de recopilar datos, sino de abrir un diálogo ético y colectivo sobre el papel de la IA en la enseñanza, la investigación y la convivencia. Entender cómo pensamos y sentimos frente a esta tecnología es el primer paso para humanizarla. Se trata de construir, juntos, una nueva inteligencia: una que nos permita aprender mejor, pensar más profundo y, sobre todo, no olvidar aquello que ninguna máquina podrá imitar: la capacidad humana de la duda y del asombro.
No abordar el desafío de la IA implica abrir una nueva brecha: la del acceso al pensamiento aumentado. Si solo algunos estudiantes aprenden a usarla con sentido crítico y creativo, mientras otros quedan fuera por falta de guía o recursos, estaremos ante una desigualdad aún más profunda. La inclusión, en esta nueva era, no será solo tener internet o dispositivos, sino saber dialogar con esa otra inteligencia que los habita.