Cultura

Yalitza o el efecto Goyri

Hay dos cosas que en México no se suelen perdonar, pertenecer a un sector vulnerable y tener éxito. Sobre todo, cuando ocurren simultáneamente. El triunfo mundial de Roma, la cinta de Alfonso Cuarón, ha traído consigo sorpresas, filias y, sobre todo, el desvelo de muchos de los más lamentables vicios de carácter que como masa solemos acusar. En especial con el caso de Yalitza Aparicio, cuyo reconocimiento ha dado lugar a variopintos exabruptos. Desde la defensa a ultranza de alguien que no necesita que saquen la cara por ella, hasta la miseria de los podridos de espíritu.

El problema, insisto, reside en esa negación que tenemos como sociedad para ya no celebrar el triunfo ajeno, sino simplemente para mirarlo como una consecuencia del trabajo, el talento o la casualidad de alguien más, pero como algo que no va más allá. Al menos no para el resto de quienes miramos desde la sanidad de la distancia, pero también desde la ignorancia que nos mueve a hablar sin saber.

Quizá eso explique el exabrupto con Sergio Goyri, quien luego de discriminar a Yalitza confirmó dos cosas, que más vale guardar silencio y parecer tonto, que abrir la boca y despejar dudas, y que dormir con el enemigo pasa factura. En especial cuando ese enemigo no comprende los riesgos de ventilar en redes sociales las opiniones hechas visceral y, sí, estúpidamente.

El problema es que en México prácticamente todos somos susceptibles tanto de ser discriminadores como discriminados. Y además pareciera que nos encanta subirnos al cuadrilátero para defender las causas perdidas, o para ensañarnos con quien ha osado tener éxito y, además, provenir de entornos vulnerables. Y para ello Twitter y Facebook se prestan como pocos canales. Así como los programas de espectáculos que hacen leña del árbol caído y que viven precisamente de las pifias de quienes muerden el polvo al no conectar la lengua al cerebro.

Eso y que la gente se suele apropiar de los triunfos ajenos bajo la consigna de que se trata de cuestiones mexicanas. Porque una cosa es sentir empatía y gusto por una obra bien hecha, sin importar la nacionalidad, y otra asumir que Yalitza, De Tavira o Cuarón nos representan. Porque, en todo caso, lo que representan es su propio esfuerzo y cierto nivel del cine que se hace en México. Pero nada más.

Y claro que mirar a los sospechosos comunes sumar reconocimientos es para poner la piel chinita y sentirse orgulloso de ellos, pero ojalá fuera por el elogio a su calidad y no por ser mexicanos, indígenas, expertos, principiantes o portadores cualquier otra etiqueta que se les pueda colgar y desde la que se rasguen las vestiduras unos y abusen otros. Si nos diéramos la oportunidad de ver el cine (y la vida misma) más allá del limitado filtro de un prejuicio, sin duda nos perderíamos de muchas menos experiencias.

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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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