Cultura

Cuadriforme

Nunca me han gustado los ángulos rectos, prefiero las curvas, cóncavas o convexas, discretas o no en la sinuosidad, pero curvas, al fin y al cabo. Cuando pienso en figuras geométricas con ángulos marcados me dan ñáñaras. En un acto de justicia poética mi señor padre ha tenido a bien tildarme de cuadrado. No por sarcasmo, más bien porque sostiene que así es la manera de pensar de quien esto escribe.

En un arrebato de licencia, también poética, me ha halagado sosteniendo que es la manera de ver el mundo de quien estudia ciencias exactas, digamos ingeniería. Tanto él como mi hermano tienen esa formación y el coautor de mis días alega que llego a ser incluso más cuadrado en el pensamiento y sobre todo en el proceder que mi propio carnalito.

Será el sereno, pero no me acaba de convencer eso de la “cuadradez” reflexiva, yo que he procurado ser disruptivo hasta cuando estornudo. Pero qué se le va a hacer, algo de cierto debe haber en ello cuando se me ponen enfrente situaciones que retan mi capacidad para la transigencia. Más aún si tienen que ver con la sana y respetuosa interacción con las personas.

El tenor cuadrangular del que habla mi padre tiene que ver, entre otros aspectos, con la idea de que si algo ha de ser de una forma (y de una pieza) así es como debe ser. Y la observancia de reglas, leyes, regulaciones, marcos jurídicos y ondas por el estilo. En particular en un tiempo en el que pareciera que a muchas personas las cosas les importan dos kilos y medio de aguayón torneado.

Y hablo de conductas de la vida urbana diaria, como no consentir que quien maneja un vehículo vaya en sentido contrario (sean autos, motos o bicicletas), ser irreductible con quien se pasa (de listo) los altos, que circula en carril prohibido, que conduce el auto con cristales oscurecidos más de lo que se permite o anda sin una o ambas placas, con ellas adornando el parabrisas o el medallón y hasta cubiertas con un portaplacas que impide su lectura.

Eso sin dejar de considerar el uso de faros que atentan contra la vista de los demás, mostrar conductas al volante que pongan en peligro a la gente o evidenciar una total ausencia de empatía por los demás seres humanos. Para colmo de males, cuando se osa comunicar la falta, existe el riesgo de salir con una tarascada, pues se ha normalizado pasarse el orden y la civilidad por la región corpórea donde menos da el sol.

Si tener obediencia a la norma entendiendo que su imperio conlleva seguridad para todos, coexistencia en paz y apego a la más elemental de las inteligencias, por medio de la cual garantizamos el predominio del sentido común, es “cuadradearla”, en definitiva, los ángulos rectos son lo mío. Y ni modo de necearle a mi padre.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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