La realidad no es como es, sino como se percibe. Quizá eso explique que haya palabras que resuenen mejor que otras. Cuando pienso en átomo y el campo semántico que le rodea inevitablemente me transporto al final de la Segunda Guerra Mundial. Por ende, lo siento anacrónico y brumoso.
En la prepa tuve, como todo escolapio, la respectiva dosis de química que trajo del pasado los átomos, los despojó de la bomba, los volvió aprendizaje que sirvió para acreditar la materia y luego mandar al averno todo, incluida la tabla periódica.
Por eso encuentro distante la idea de la atomicidad, tanto que jamás habría considerado sensatamente usarla en una charla, como temática de una canción o para titular un libro. Pero heme frente a la necesidad de desterrar prejuicios y abrir posibilidades en la percepción.
Mi amigo Toño además de filósofo es un estupendo cuestionador. Con ello no sólo refrenda la naturaleza de los de su estirpe, sino se granjea no caer en un garlito tan fácilmente, en particular si se trata de un texto bautizado por la mercadotecnia como “best seller”. Ahí Toño aplica la duda metódica a una artimaña que a veces (y sólo a veces) hacer pasar cualquier bodrio como un buen libro.
Por razones que no vienen a cuento ha llegado a mis manos el libro Hábitos atómicos, de James Clear. Y por asuntos que vienen menos a colación he tenido que hincarle el diente. Para alguien a quien las partículas de la materia tienen sin cuidado, atreverse a semejante ocurrencia es poco menos que provocador y poco más que estimulante si el lector es además obsesivo compulsivo.
Porque en ese caso los mentados hábitos adquieren estatus de religiosidad. Y resulta sencillo llevarlos a la práctica. Pero como el TOC no es algo de lo que adolezca todo mundo, en especial si tiene alcances positivos, el libraco resulta útil y quizá hasta interesante. Y es que es complejo hacer de una acción algo digno, después volverlo rutinario y al final memorable.
Lo leo (no sin recelo) y es un ramillete de tips reflexivos que pretenden incentivar a la gente a cambiar su proceder. Con minuciosidad Clear se da a la tarea de contar las ventajas de esos cambios y de cómo habrían de impactar en sus vidas. Voy en el tercer capítulo y sospecho que lo siguiente es más de esa retahíla de herramientas para seres en busca de orden y sistema.
Se atribuye a Plinio El Viejo la frase de que no hay libro, por malo que fuese, que no contenga algún valor. A partir de esa idea me dispongo a abrir los sentidos, dejar a un lado las prenociones sobre partículas y hacer el esfuerzo porque el hábito haga al monje. Para colmo en un terreno más que fértil para las manías estructuradas. ¡Piedad, por favor!