“El momento de la realización vale por mil oraciones”, así decía el personaje de Woody Harrelson en Natural born killers. Quiero creer que la frase refiere la magnificencia de las cosas cuando suceden. Así me sentí hace días luego de la búsqueda de unos pantalones de mezclilla. Algo que para otras personas podría resultar un trance habitual, en la experiencia de quien esto cuenta se ha traducido a últimas fechas en un viacrucis.
Sin ánimo de parecer superficial y vanidoso, he desechado cuanta oportunidad ha habido no sólo de renovar el guardarropa, sino de sustituir prendas que han visto sus mejores tiempos pasar y que resultan ahora mismo poco menos que inservibles, vetustas y desgastadas.
Uno se da cuenta de que las manías se han convertido en parte del paisaje cotidiano cuando, lejos de incordiar con ellas, pacíficamente se cede a su imperio. Llevo varios años batallando con una hipótesis que de tan contundente ha transitado a teoría: los pantalones, particularmente los jeans, acusan una “chuequez” en los tobillos, producto de deficiencia en su calidad, desalineación de máquinas textiles y un diseño que deja mucho que desear.
Los pantalones, sin importar el género, corren el riesgo de estar chuecos, de no ser simétricos y, lo que es peor, de ser más que evidente esa imperfección. Una cuestión que en otras condiciones representaría ropa de segunda clase, con el descuento consecuente, sigue fungiendo como prenda de línea sin que casi nadie repare en el tema.
Habiéndose presentado la ocasión de encontrar un par de pantalones a la medida y sin “chuequez”, se imponía aprovechar semejante milagro de la industria textil y recetarse otro par que estuviera en semejantes e idóneas condiciones. Ello trajo consigo la crítica de mi amiga, La Lilí, quien me metió en el mismo saco que la mayoría de los hombres que buscando ser prácticos, compran las prendas en pares, tríos o cuartetos por aquello del fastidio que pudiera representar ir de shopping.
Nada más alejado de la realidad, pues la señora que llevo en mi interior, además de disfrutar como enana de la aventura de las compras, sabe que se invierte alma, vida y corazón en hacer de ello algo memorable, cosa que, por lo demás, resulta complicada cuando la ropa ofrece una inequitativa relación entre costo y beneficio.
Por ello he decidido seguir gastando la piel hasta encontrar el Santo Grial de la calidad, en tiempos desquiciantes que legitiman lo defectuoso. Así reivindico mi derecho a una simetría decente de las cosas y a que los no pocos interesados aspiremos a escenarios menos tortuosos y descorazonadores. ¡He dicho!