En su mirada y en la forma en que las mangas de su camisa sobresalen del saco con absoluto desparpajo, se puede todavía palpar mucha inocencia en el hombre que engalana el presente del futbol mexicano mejor que nadie.
Hirving Lozano, emocionado y sonriente, tiene –tecnológicamente- en sus manos, el destino de otra joven promesa que le acompañará en su aventura con el PSV. En una relajada charla de hermanos, sonríe con Érick Gutiérrez a través de una videollamada. “Estoy nervioso”, dice el hasta ayer jugador del Pachuca. “Tranquilo…”, le responde el Chucky con la calma y elocuencia que le brinda el saberse figura en Holanda. Mejor, imposible para Érick. Le notificaron que emigrará a Europa el mismo día en que volvió a aparecer en una convocatoria de Selección Nacional. El destino una vez más le ha sorprendido con otro cúmulo de circunstancias y coincidencias dignas de un guión cinematográfico. Tal como aquel día, no hace mucho, donde se convirtió en padre y horas después, apareció entre los 23 hombres definitivos de Osorio para Rusia 2018. Se perdió el nacimiento de su hijo, no jugó un solo minuto, pero ese doloroso sacrificio le ha redituado en una grandiosa oportunidad. Hoy, Érick Gutiérrez encabeza parte del obligado cambio generacional en Selección Mexicana. Y junto a él están para amalgamarlo Víctor Guzmán, Diego Lainez, Jesús Angulo y Jonathan González, entre otros. Qué mejor que un par de amistosos para conocer su comportamiento con una camiseta tan señalada y querida a la vez. Refrescante baraja. Momento ideal en pleno arranque de proceso (aun sin técnico definitivo) para labrar esa joven materia prima que es la importante para conseguir el gran salto. Como el de 9 mil 204 kilómetros que ha dado Gutiérrez, desde Pachuca hasta Eindhoven.
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