Falta poco para que conozcamos el desenlace de la novela. Han sido largos meses de tedio y marasmo. Parecería que nadie quiere dirigir a la Selección Mexicana y que solo a través de plata sobre la mesa se busca convencer a uno que otro (si yo fuera director técnico, también me la pensaría). No es sencillo tomar las riendas de un equipo que tiene fachada, consumo y arrastre de potencia, pero que dista mucho de serlo en la cancha. Justo ahí donde se ganan los partidos (no en las redes sociales donde somos campeones del mundo). La estadística y la historia -reciente y no tan reciente- nos han reiterado que nuestro combinado es top 20. Y que con todo tipo de perfiles en la dirección técnica nos hemos quedado en el mismo lugar de siempre. Alguien me decía que el problema es de mentalidad. ¡Ojalá fuera algo tan simple! ¡Dos psicólogos por jugador, charlas motivacionales antes de cada partido, sesiones de introspección y reflexión en la noche previa al partido decisivo y listo! Quinto partido.
Con aparente “mentalidad ganadora” ya vimos lo que pasó y lo que seguramente seguirá pasando. No basta decir “seremos campeones del mundo” o “soñamos con ser campeones”. Antes que la mentalidad está la calidad. Sin calidad, ni con toda la mentalidad. Yo puedo llevar la sonrisa, el deseo y el ímpetu, pero de nada me servirá si no sé pegarle a una pelota. Martino llevó un poco más lejos a Paraguay de lo acostumbrado. Y no fue cuestión de mentalidad. Fue la pasta y las condiciones de aquellos jugadores de 2010. Valdez, Verón, Da Silva, Riveros, Villar, Barrios, Santa Cruz, entre otros. Con ese Paraguay habrá que mirarse al espejo. No con el Barcelona del Tata ni con su Argentina. Esos ingredientes acá no los tenemos. Creo más bien que nos sobra mentalidad. Falta el resto.
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