Política

Tiempo de cobardes

  • Columna de Bruce Swansey
  • Tiempo de cobardes
  • Bruce Swansey

A mediados del siglo pasado la dramaturga Lillian Hellman escribió un libro hoy clásico para documentar la infame era del macartismo en Estados Unidos: Tiempo de canallas. Desafortunadamente su reflexión sobre el odio y la histeria anticomunistas que socavaron las instituciones democráticas es relevante en nuestro tiempo, ingratamente marcado por el regreso a posiciones inadmisibles después de las conquistas duramente ganadas por la sociedad civil. Aunque degradada a circo, la historia reciente de EU muestra que ciertos sectores de su población nunca abandonaron el gusto mórbido por la conspiración. Los comunistas fueron reemplazados por los inmigrantes, pero el sentimiento de rechazo y de venganza todavía exige la caza de brujas. El placer de descubrir enemigos tiene algo de fascinación por el terror: ante una existencia alienada e insustancial, el monstruo acechante estimula. En su más reciente aparición toma el aspecto de la cibernética, capaz de desatar el caos.

‘La interconectividad tiene riesgos y es hora de despertar’, dice un personaje en Zero Day, una serie de Netflix sobre un ataque cibernético a EU.

La reacción contra el globalismo que definió en todos los órdenes el mundo hasta hoy, persigue un cambio radical. Contra la interconectividad en las cadenas de producción y distribución, en la comunicación y los medios que contribuyeron a encoger lo que antes era inaccesible, el cambio que exigían los electores insatisfechos con el statu quo se perfila con claridad afirmando la desconexión, el aislacionismo y el nacionalismo excluyentes que separan el mundo en tres áreas de influencia: panamericanismo, paneslavismo y Asia y el Pacífico para China.

El anhelo de cambio hasta hace 10 años todavía era vago, pero actualmente se articula como afirmación del autoritarismo y una manera de tergiversar la democracia que en nombre de la mayoría impone la opresión. Para que hubiera interconectividad se necesitaba una alianza política basada en valores e intereses comunes, entre ellos la soberanía, un concepto erosionado por el apetito de bienes raíces y recursos naturales. Para que la cooperación internacional exista la confianza es imprescindible y esto es lo que precisamente el regreso de Trump y su animosidad contra los países aliados ha destruido. El orden establecido durante los últimos 80 años ha dejado de existir. La interconectividad ha entrado en una fase de desconexión, en la ruptura de lo que garantizó la seguridad en Occidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, una alianza occidental destruida por la administración Trump.

Rusia, el protagonista

El viernes 28 de marzo Volodímir Zelenski asistió a la Casa Blanca con la tarea de lograr un acuerdo para la paz. En cambio, fue sorprendido en una emboscada tendida por Trump y su vicepresidente Vance. La entrevista resultó en una humillación prolongada al líder ucraniano a quien no se le permitió hablar. Más que como dignatario, Zelenski fue tratado como suplicante sin derechos, inmerso en una lucha cuyo destino está escrito para satisfacer los peores intereses. El retiro radical del apoyo acordado con Biden confirma que Trump persigue sojuzgar Ucrania y apoderarse de sus recursos naturales.

El liderazgo significa actualmente en EU la compulsión de tener en la Casa Blanca un hombre fuerte, aunque sea el más débil entre los fuertes, que confunde la arrogancia con el poder, un narcisista tóxico cuya estrategia es probar límites para establecer la manera más eficaz de aplastar al otro. Respaldado por un imperio que, aunque menguante aún puede imponer sus intereses, el líder en Washington es la mejor arma en manos de Putin, un perro de presa, un regalo histórico. En lugar de consenso, hay fuerza. Quienes lo eligieron proyectan en él su desamparo vengativo. Se darán cuenta de su error, igual que lo han debido aceptar quienes hace años votaron por el Brexit.

Rusia es el nuevo aliado en el reparto del mundo, responsable de los ataques cibernéticos, la infiltración en las campañas, la distorsión de la información, la manipulación de la paranoia del complot, la compra de votos e incluso los atentados como prenderle fuego a un centro comercial en Varsovia. Ahora Putin es quien dicta el curso de la historia.

2025 habrá de recordarse al revés de la manera como se evoca 1989, cuando los tanques soviéticos abandonaron Europa. Occidente padece el retorno de la violencia y por ello vive un cambio de era, el final de la alianza trasatlántica que mantuvo la paz hasta la invasión rusa de Crimea en 2014. Los últimos tres años afirman con claridad un cambio radical que transforma a los aliados en antagonistas. En un par de semanas el gobierno presidido por Trump ha dado el triunfo a Rusia tergiversando los hechos para que el agresor parezca la víctima.

El nuevo desorden internacional amenaza Europa mediante el expansionismo neocolonialista ruso que encuentra el campo libre tras la retirada de EU. Los países bálticos, Moldova y Polonia son especialmente vulnerables dada su vecindad con un país sojuzgado históricamente, acostumbrado a los tiranos y en donde la vida no vale nada. En tales circunstancias Rusia continuará armándose y preparándose para avanzar ante el pasmo de los líderes europeos que sin embargo saben las consecuencias de ceder Ucrania, la frontera europea con Rusia para contener sus sueños imperiales.

Entre el miedo y el odio

La incertidumbre económica, el predominio monopólico de la tecnología digital, la emergencia de plataformas globales de opinión dedicadas a reproducir rumores para incitar y justificar la violencia, la amenaza a los derechos humanos, la obscenidad política que se deshace de cualquier disimulo para oprimir, la reacción contra las conquistas democráticas, el endurecimiento de las condiciones de vida, el desplazamiento masivo de poblaciones que huyen de la guerra, la limpieza étnica y la miseria, un mundo en llamas o por el contrario sumergido bajo inundaciones de proporciones bíblicas, alienta reacciones definidas por el miedo.

Como el miedo, el odio es una emoción poderosa, un acicate que impele a los temerosos a la acción contra los más débiles para convencerse de que tienen algún valor. Si Freud escribió sobre el malestar de la cultura, hoy habría escrito sobre la repulsión de la cultura deformada para manipular eficazmente el rencor contra el desamparo agraviado por el autoritarismo. Lo que básicamente define nuestra época es el miedo. Un tiempo de cobardes.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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