Entre las últimas producciones de Netflix destaca Adolescencia. Dividida en cuatro episodios, narra la historia de un chico que sorprende a su familia asesinando a una compañera de estudios en la secundaria aparentemente porque no aceptó salir con él. Su desprecio se debe a que lo considera un “insel”; es decir, alguien condenado a permanecer involuntariamente virgen porque no tiene lo necesario.
La herida narcisista es tan profunda que el agraviado le pide a un compañero prestado su cuchillo, con el que apuñala a la chica varias veces. La noticia sume a los padres del victimario en el estupor y en la lucha para entender cómo su hijo, a quien han querido y educado de la mejor manera posible, es capaz de pronto de tal violencia. Es algo que sólo podía suceder en la ficción, pero que ocurre súbitamente destruyendo a la familia.
Adolescencia narra una experiencia cada vez menos extraordinaria. Muchas esposas y madres están percatándose de que sus parejas o sus hijos han cambiado sin que puedan explicárselo. La transición implica un proceso de ideologización que sucedió abiertamente y sin embargo pasó desapercibido. Durante semanas o meses los compañeros y los hijos habían creído disminuir su ansiedad mediante la fantasía de controlar sus circunstancias siguiendo las enseñanzas de los gurús de la machosfera en el albañal de las redes sociales.
Entre estos los más célebres son los hermanitos Andrew y Tristán Tate, amigos de Elon Musk y de Donald Trump y que como tales fueron transportados en avión privado desde Rumania, donde aguardan juicio, y recibidos en Mar-a-Lago, la Casa Blanca de verano en Florida, para celebrar la consagración de la testosterona como clave del éxito en todos los pedidos.
Andrew y Tristán son “influencers” que cuentan con 10 millones de seguidores en X, que fuera de Twitter antes de que Musk lo adquiriera. Andrew, el hermano alfa, dirige una academia donde enseña a sus adeptos cómo hacerse ricos, ponerse mamados y practicar una dieta correcta con suplementos vitamínicos para inflar los músculos, luchar a trompadas y coces combinadas y por supuesto el corolario que es tener éxito con las mujeres. Los hermanitos Tate les enseñan a sus discípulos cómo ser hombres auténticos, machos bragados de esos que, en palabras del presidente norteamericano, “agarran a las viejas por la vulva”.
Después del juicio pendiente en Rumania, donde se les acusa de tráfico de menores y mayores, pedofilia y violencia que ellos niegan aduciendo ser académicos de la testosterona potenciada, mediante esteroides, los Tate serán extraditados al Reino Unido. Desde 2012 allí se les acumulan 21 cargos de proxenetas, violación, daños corporales debido a la sutileza de su trato, tráfico humano y una lista de perjuicios que los hermanitos niegan, aduciendo que semejantes alegatos son producto de la envidia.
Sin embargo, el fiscal de Su Majestad ha confirmado la sombría validez de los cargos. Es de lamentar que la vulgaridad oprobiosa no constituye una ofensa tipificada por la ley, quizás porque no habría dónde guardar tanto ganado.
Desafortunadamente los Tate no son excepcionales y aunque terminarán en prisión, las semillas de su rencor han fructificado en sus seguidores e imitadores a ambos lados del Atlántico. Siempre han existido hombres inseguros, aturdidos y humillados por no cumplir con las expectativas del patriarcado que hinca su prestigio milenario en el Neandertal. Reliquias de otros tiempos, estos cazadores y guerreros se niegan a desaparecer y desde la crisis financiera de 2008 y luego durante el gran confinamiento han decidido organizarse, primero en células de agraviados y luego con el advenimiento de los medios sociales en grupos de merodeadores guiados por la reivindicación de un poder que ellos juzgan inherente al accidente biológico.
Para quienes pagan los cursos de la academia de la masculinidad, los consejos de los hermanitos son palabra revelada.
Estas sirenas venden fantasías de control mediante talleres que en poco tiempo aseguran resultados.
“Apúntense mientras todavía hay lugar”, advierten las promociones.
“Las mujeres prefieren a los líderes pero la sociedad nos mete en cajones haciéndonos pasivos”, reflexionan los discípulos vislumbrando la luz de la redención.
El taller rebosa sabiduría popular.
“Los eunucos no amenazan el statu quo”, afirman los gurús como punto de partida para una taxonomía que cataloga a cada hombre en un compartimento definitivo.
La machosfera divide a los hombres en jerarquías rígidas: alfa o beta, conquistador o conquistado, exitoso o fracasado, vulnerable o poderoso, subordinado o dueño de su destino, cómplice o quien decide, y en la cima el macho hegemónico. La taxonomía no hace concesiones: se participa de la elite sexual digital o se es utilizado, degradado hasta la categoría más baja de los “incel”, desechos de las revoluciones sexuales promovidas por los medios sociales que han transformado las expectativas.
Se espera que los adeptos ganen confianza y en tres semanas sean apóstoles listos para convertir a otros.
Para ello es lícito creer que la madre naturaleza programó a los hombres para tener varias mujeres a la vez. El objetivo ya no es conseguir una novia envidiable sino tantas como sea posible.
“Una mujer prefiere al macho alfa aunque tenga que compartirlo”, afirma el taller en clave polígama y perversa.
Según los gurús de la machosfera la tendencia masculina de estar con cuantas mujeres haya disponibles es resultado de la selección natural. Como lo es el deseo de tener casas enormes, autos deportivos, gruesas cadenas de oro para decorarse, hartos relojes que cuestan una fortuna y una riqueza lo más evidentemente obscena posible. El hombre auténtico tiene derecho natural a tener todo esto. Es suyo si sabe conquistarlo. La cultura es para los perdedores.
Los “influencer” en la machosfera promueven asumir la fuerza bruta, ejercer la violencia, la agresión sexual, la discriminación contra quienes se apartan de los beneficios garantizados a los hombres por el patriarcado porque traicionan el orden “natural”, el desprecio por las emociones que consideran cosa de mujeres, y la independencia irreductible del depredador solitario.
El hombre auténtico, repiten los gurús de la testosterona en esteroides, es un triunfador. El resto sale sobrando, condenado al onanismo. En Instagram hay 1.4 billones de usuarios. Cada uno es consciente de lo que le hace falta y de quiénes son sus competidores. Algunos ven en la machosfera un mercado en el que pueden participar como productos, mientras la mayoría no se percata de no ser más que consumidores atados al yugo de una ilusión de poder cuya eficacia consiste en resarcirlos de cuanto los segrega.
Quienes llegan a las riberas de la machosfera lo hacen impulsados por una sensación de inferioridad y el deseo de volverse deseables, de igualarse con los modelos propuestos en los catálogos de carne. Las mujeres son caracterizadas como predispuestas biológicamente a preferir al macho alfa, pero también como seres poco inteligentes, egoístas y oportunistas.
El pilar de la machosfera es la misoginia que frecuentemente implica la homofobia, la islamofobia, el antisemitismo, el racismo, la xenofobia, la paranoia como experiencia de la vida cotidiana y una visión del mundo de extrema derecha. Ya no se trata de un rincón oscuro de las redes donde los quejosos despotrican y planean venganza, sino de una ideología cada vez más difundida que amenaza el equilibrio familiar y social.
El problema preocupa a padres y educadores que se preguntan qué hacer ante la avalancha ideológica. Lo primero, opinan algunos, es educar a las madres. Mientras las mujeres continúen solapando este comportamiento no será posible modificar la misoginia.
Lo segundo, las escuelas. ¿Cómo controlar el uso de los medios? ¿Prohibirlos para menores de 16 años como ya ha sucedido en varios países? ¿Incorporarlos en la educación?
Lo tercero, legislación. A diferencia de los medios tradicionales, las redes sociales no tienen ninguna restricción. Las compañías deben aceptar una legislación que regule y controle las plataformas de manera similar a la legislación que controla los medios más tradicionales. Así como los editores en la prensa son responsables del contenido, los empresarios de las redes deben serlo también. La ley está muy rezagada y urge actualizar su alcance.
La machosfera es una reacción contra el feminismo que ha transformado la sociedad desde dentro desplazando los polos de poder a partir de la emancipación de la mujer. En el siglo XX las guerras mundiales fueron un factor decisivo al incorporar a las mujeres al mercado laboral. El acceso a la educación y la superación profesional han creado generaciones de mujeres independientes, lo cual ha generado una creciente sensación de inseguridad en los hombres, sobre todo entre quienes se encuentran rezagados económica e intelectualmente.
Para recurrir a la academia de la masculinidad sólo es necesaria una condición: saberse inadecuado, pero creer en la revancha. Desde este conocimiento de la propia insuficiencia quien ha tocado el fondo de la abyección está en la circunstancia idónea para recurrir a la ayuda que los hermanitos Tate ofrecen y que consisten en la nostalgia de la caverna.