El viernes 29 de noviembre el censo electoral en Irlanda registró 3.7 millones de votantes, un incremento de 423 mil ciudadanos con derecho a votar desde las elecciones de 2020. A esta suma deben agregarse 100 mil personas más que se registraron dos semanas antes de la fecha límite. Las encuestas señalaban a Fianna Fáil (uno de los dos partidos hegemónicos surgidos de la guerra de independencia en 1922) a la cabeza. Le seguía Fine Gael (FG, el otro partido hegemónico), seguidos de Sinn Féin (SF), el brazo político del IRA que encabeza el gobierno en Irlanda del Norte, que ha perdido el impulso en la República Irlandesa que hasta hace poco lo situaba como un contendiente lo suficientemente serio como para gobernar la isla de norte a sur. El resto de los partidos ocupan posiciones secundarias.
La campaña electoral arrancó en diciembre sin sorpresas porque al contrario de otras naciones europeas como Italia, Francia y Alemania, Irlanda optaba por permanecer dentro del centro tradicional. La única diferencia era que el Partido Verde seguramente sería reemplazado por otro socio para formar una coalición que le diera a FG y FF la mayoría. Como hace años había ocurrido con el Partido Laborista, los ecologistas habían terminado diezmados. Dadas estas amargas experiencias, ningún partido aceptó formar gobierno. Se abrieron entonces las puertas para considerar una coalición formada por diputados independientes ideológicamente afines.
La campaña confirmó la preeminencia de Miháil Martin, líder de FF. Simon Harris, el líder de FG, había tenido una campaña desastrosa que confundió el ímpetu misionero con un proyecto nacional. Recorrer frenéticamente el país ofreciendo “energía” (algo que le sonó afín a la idea de “cambio”) lo hizo aparecer como cartucho quemado.
El lunes 2 de diciembre las encuestas señalaban a FF acreedor del 21.9 por ciento del voto, seguido de FG con 20.8 por ciento y SF con 19 por ciento, seguidos de lejos por el resto de los partidos y más aún por el Verde al que otorgaban 3 por ciento, claramente un castigo por impulsar en el gobierno anterior medidas para cumplir los compromisos ecológicos establecidos con la Unión Europea (UE), pero que afectan los intereses de los ganaderos. El Partido Verde es el chivo expiatorio de la Irlanda rural que se resiste a una economía limpia.
Un siglo de experiencia
Los partidos hegemónicos que juntos alcanzaron 60 por ciento de los votos necesitaban socios para lograr una mayoría. Sus ofrecimientos empezaban a fatigar a ciudadanos que se niegan a ser comprados o sobornados con su propio dinero, es decir, el de los impuestos. Con años de experiencia en el gobierno (que suman un siglo), los partidos hegemónicos no han sido capaces de resolver el déficit de vivienda, la cuestión de la inmigración, el costo de la vida (el alquiler en Dublín es por lo menos de 2,500 euros mensuales), los servicios públicos, la infraestructura (que después de la reciente tormenta Éowyn comprobó su precariedad), la responsabilidad fiscal y la opacidad gubernamental que hasta el momento ha vivido cómodamente instalada en la hora gris ajena al escrutinio público.
La tarea de suministrar candidatos para la coalición estuvo a cargo de Michael Lowry, acusado de tráfico de influencias, evasión fiscal, soborno y ocultamiento de patrimonio. El escándalo es significativo porque su falta de probidad ha sido demostrada y es conocida nacionalmente. Sin embargo, Martin, quien en 2011 lo había expulsado del gobierno por cargos de corrupción, ahora le da la bienvenida como diputado legalmente elegido. La democracia, agrega tartufamente Harris, funciona así.
Uno de los mayores problemas en Irlanda es la impunidad. Los funcionarios cuya corrupción ha sido probada no sólo no son juzgados en las cortes, sino que jamás terminan tras las rejas. El apoyo al “negocio” con Lowry y sus independientes, comprueba según el editorial del Irish Times del 23 de enero, “una alarmante falta de sentido común.” El comentario obedecía a la iniciativa cocinada entre los partidos hegemónicos y su nueva coalición de permitir a los independientes ofrecer su apoyo incondicional al gobierno y al mismo tiempo ser considerados la oposición. El editorial proseguía afirmando que este “arreglo” no era posible ya que la tarea de la oposición es vigilar las acciones del gobierno. La arrogante indiferencia del poder constituido revela también un cinismo creciente. El “arreglo” es contrario a la transparencia, a la imparcialidad y a la justicia del quehacer político agazapado en la hora gris en donde las palabras, como advierte el conejo a Alicia, significan lo que él quiere, no lo que define el diccionario ni lo que avala su uso común.
El nuevo gobierno irlandés asume que se constituye a partir de “arreglos” que le escamotean a los ciudadanos su derecho a la transparencia que es fundamental en el quehacer democrático, devolviéndolo a una época en la que el proyecto abierto al análisis es sustituido por componendas mercenarias basadas en intereses particulares y el reparto de canonjías.
Balde de agua fría
El 22 de enero se reunieron en el parlamento los socios frotándose las manos, dispuestos a celebrar la designación formal de Miháil Martin como nuevo primer ministro, la segunda vez que ocupa ese puesto. En la galería de invitados especiales estaba emperejilada y adobada la señora Martin y su alborozada familia. Ese día, en cambio, fue un balde de agua fría. En su lugar la oposición unida con el propósito de rechazar la componenda, bloqueó la designación del no tan flamante primer ministro. En 100 años jamás había ocurrido tal insurrección que Martin calificó como subversiva y contraria a la Constitución. Martin y Harris, el dúo dinámico, pretendían que sus incondicionales estuvieran en misa y repicaran campanas, ser ministros que además desde una oposición ficticia apoyaran sin restricciones al gobierno. Unificada, la oposición defendió su espacio crítico.
Ante una posición vociferante la reunión fue suspendida varias veces hasta que la coordinadora parlamentaria (quien por cierto forma parte del “arreglo” con Lowry y sus independientes) debió suspender la sesión hasta el día siguiente. Los sándwiches se quedaron humedeciendose en las mesas en el umbral de la tormenta Éowyn que llegó a la isla con vientos devastadores de hasta 180 kilómetros por hora y que a pesar de la destrucción previsible debe haber sido bienvenido como una distracción que desplazaba el interés por la inédita solidaridad de la oposición. Un gobierno al que sólo le interesa continuar en el poder debe también reconocer que sólo cuenta con cinco años más para resolver la incompetencia y disipar la zona gris de la política mercenaria.