Fui con amigos a ver el Portal del inframundo o Monstruo de la tierra, en Cuernavaca; pieza que salió del país en 1950 y Estados Unidos devolvió después de la petición del gobierno de AMLO. Exhibida en el Palacio de Cortés: mal montada, mal iluminada, pésimamente contextualizada sobre su importancia entre las obras extraordinarias que tenemos del pasado precolombino. El Portal es nuestra versión del libro de Dante Alighieri —su entrada al infierno—, ni más ni menos. Observando la piedra esculpida pensaba en la inspiración que han sido algunas obras del arte prehispánico al arte moderno.
La primera que me vino a la mente fue el Chac Mol que vio Henry Moore en el Museo del Louvre y que le inspiró su famosa escultura considerada arte contemporáneo. Ahora mismo en el Museo Jumex se exhibe el cráneo tapizado de diamantes que realizó Damien Hirst después de ver en el British Museum londinense la cabeza azteca con incrustación de turquesas (escribí de ello la semana pasada: no estaría mal que Inglaterra devuelva lo que nadie sabe cómo llegó allá, incluyendo la serpiente bicéfala que todos identificamos por el lomo de la antigua Enciclopedia de México).
El primer gran estilo artístico prehispánico arranca con las cabezas olmecas de Veracruz y Tabasco. Cabezas colosales, 17, descubiertas a lo largo del Golfo de México. O El oro en aretes de los pueblos originarios de Oaxaca que hoy son réplicas para su venta en el mundo. Fui con otro amigo al Museo de Antropología a ver algunas obras que me asombran: la Piedra del Sol o de “sacrificios”, las alucinantes “caritas sonrientes” del norte de Veracruz de las que Octavio Paz ha escrito, igual que Severo Sarduy.
México es más que su bandera nacional. El águila y la serpiente sobre el lienzo blanco trae detrás los fantasmas del pasado: Aztlán, el imperio maya, los perros escuincles de Nayarit, la mujer de Amajac recién descubierta en la ribera del río Tuxpan y hoy una réplica instalada en la antigua glorieta de Colón del Paseo de la Reforma… Qué gusto da ser mexicano con un pasado que es presencia en la memoria. La idea que tenemos de nosotros, nuestra identidad, se tapiza de ayeres...
Que conste: lo escribo desparpajado, sin pensarlo mucho.