El cáncer de mama asusta. No solo a quien lo padece, sino también a quienes lo hemos visto tan de cerca que aprendimos a temer por todas. No se contagia la enfermedad, sino el miedo: un miedo discreto, silencioso, que se esconde detrás de los análisis, de las citas, de los resultados que tardan demasiado. No hay peor enfermedad que la espera, esa condena muda de no saber si el sistema te recordará a tiempo.
En México, cada año mueren más de ocho mil mujeres por cáncer de mama. Muchas lo enfrentan sin medicamentos suficientes, sin estudios oportunos, sin acompañamiento. En los hospitales públicos faltan mastógrafos, reactivos, médicos y tiempo. A veces falta todo, menos dignidad. Porque ellas, las pacientes, resisten, se organizan, hacen rifas, se acompañan, aprenden a vivir con miedo, pero sin rendirse.
He conocido mujeres que salen del hospital y van directo a trabajar, con la peluca apretada bajo el sol, como si el dolor tuviera horario de oficina. Otras llevan en la bolsa una lista de citas médicas junto con la de útiles escolares. Son las mismas que cuidan a los hijos, a los padres, a los enfermos, incluso mientras esperan los resultados que podrían cambiarles la vida.
Martha Nussbaum recuerda que la compasión no es caridad, sino una forma de justicia emocional. Y quizá eso es lo que más falta en nuestras políticas de salud: sensibilidad. No hay derecho más humano que el de ser miradas con empatía. La salud no puede depender del lugar donde se nace ni del salario que se cobra. Es un derecho, no una promesa ni una limosna.
Cada octubre el país se tiñe de rosa. Las marcas pintan sus logos, las tiendas ofrecen descuentos, los edificios se iluminan. Pero no basta. No basta iluminar de rosa si adentro faltan medicamentos, ni llenar de moños las redes si las mujeres siguen esperando diagnóstico, ni vender esperanza mientras se recorta presupuesto. No basta, porque la desigualdad también se mete en los cuerpos: los cuerpos de las mujeres que enferman y que, aun así, siguen cuidando a los demás.
El cáncer de mama no solo enferma cuerpos; desnuda a un país que sigue tratando la salud como privilegio. Ellas, las que esperan, las que resisten, las que aún ríen con miedo, nos recuerdan que seguir viva también es una forma de amor y de resistencia. Porque incluso en el dolor más profundo, hay mujeres que siguen sosteniendo la vida.