Política

Las violencias que llevan 'glitter'

Hay violencias que no hacen ruido. No dejan moretones: dejan dudas. Se vuelven costumbre y, peor aún, deseo. La primera vez que me inyectaron botox sentí alivio. No por vanidad, sino por miedo: miedo a volverme invisible, a ser un “ya no”. Esa es la violencia más eficaz: la que te convence de que obedecer es elegir.

Lo pienso cuando veo a una mujer indígena limpiando parabrisas. Ella carga siglos de desdén; yo, la urgencia de “cuidarme” para no desvanecer en un mundo que mide el valor en apariencias. No es culpa: es vértigo. El vértigo de entender que incluso nuestros deseos están moldeados por un sistema que decide qué cuerpos merecen lugar.

No sorprende que en 2023 se hayan realizado más de un millón setecientos mil procedimientos estéticos. No son caprichos: son síntomas. Vivimos bajo exigencias que chocan. Si nos arreglamos, frívolas; si no, descuidadas. Si ascendemos, duras; si dudamos, inestables. A los hombres nunca se les pide ese equilibrio imposible.

Y la vigilancia no ocurre sólo en el cuerpo. Cuando una sociedad mira a las mujeres como reflejos de expectativas ajenas, jóvenes pero discretas, presentes pero sin ruido, ese control pasa a nuestras voces. También es moral y política. En un país donde la polarización se volvió paisaje, la violencia simbólica toma otro rostro: te exige alinearte. Antes de hablar ya debes elegir bando. Matizar, ese pequeño acto de libertad, parece traición. Tu voz deja de ser tuya: la leen como parte de un “ellos” o un “nosotros”.

En 2021, a una madre jueza le retiraron la custodia porque su trabajo “exigía demasiado”. La Corte corrigió, pero el mensaje quedó: lo doméstico sigue siendo “nuestro”, incluso en instituciones que deberían ser neutrales.

Mientras tanto, niñas y adolescentes se muestran filtradas antes que reales. No buscan belleza: buscan permiso. La violencia simbólica funciona así: te convence de que tu valor depende de encajar en un molde que no elegiste.

Nombrarla no la borra, pero abre una grieta. Y por ahí entra una pregunta incómoda: ¿Cuánto de lo que deseo nace de mí y cuánto del miedo a no ser vista o aceptada?

Tal vez la libertad empiece ahí: en sospechar de lo que queremos, en mover el espejo un centímetro, en desobedecer un mandato aunque tiemble la mano.

No tengo conclusiones. Sólo una certeza: la verdadera elección comienza cuando dejamos de repetir lo que nos dictaron. Y, aunque sea torpe, esa desobediencia íntima ya es una forma de libertad.


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Bertha Orozco
  • Bertha Orozco
  • Jueza de Distrito en el Estado de Hidalgo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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