Bajo el árbol de Navidad se encuentra una caja envuelta con papel de motivos navideños. Las luces tenues apenas y dejan ver la tarjeta para quién va dirigido dicho presente y de parte de quién es. Sin embargo, eso parece ser poca cosa para Martín, ya que es el primer, y único nieto, en ese hogar. Sus abuelos le prometieron un regalo delicioso si mostraba buen comportamiento y buenas calificaciones durante todo el año, aspecto que por supuesto logró.
El pequeño se levantó temprano y antes de buscar su regalo, despertó a sus padres y abuelos para que juntos descubrieran su sorpresa. Dentro de la caja se encontraban, envueltos en una bolsa de celofán, un conjunto de galletas de chocolate, justo como las había visto días atrás en la panadería, ese día quedaría marcado en la memoria de Martín, quien hace unos días colocó bajo el árbol una caja muy parecida con un presente similar para su primer nieto.
La correlación entre la infancia y el estímulo de los sentidos son, con el paso del tiempo, elementos que dirigirán los gustos futuros. De esta manera, uno de los momentos más sápidos del año es, sin lugar a dudas, la temporada decembrina. Entendiendo por sápido el adjetivo asociado a algo sabroso o que es gustoso. Y, esperemos que no se malinterprete, sabemos que todo alimento es sápido, pero no podemos negar que el tipo de preparaciones, los efectos del recalentado y algunos platillos típicos tienen como común denominador a los sabores intensos.
Bajo este argumento, parte de nuestra fascinación por esta temporada, a manera de hipótesis, puede estar relacionada con la cantidad de sabores, olores, texturas y, por supuesto, los regalos. Elementos que dejan en nuestra memoria un gusto profundo, el cual repetimos año con año. Razón por la cual sospechamos que el paladar va tomando forma, se construye a través del tiempo y realiza una selección de lo que le gusta y lo que no, aunque con el paso del tiempo dicho gusto haga ajustes, y lo que en un punto nos gustaba, nos deje de gustar, y viceversa.
Hasta aquí todo puede tener sentido, pero ¿y qué pasa con ese último punto? donde lo que antes denostábamos ahora lo encontramos irresistible. Este suceso es últimamente conocido como gusto de viejitos. Donde, más allá de que sea solo un reordenamiento del paladar, podemos considerar que es una añoranza por el momento más que por el sabor, ya sea porque fue parte de un momento de mucha felicidad o porque nos traslada a, principalmente, nuestra infancia.
De esta manera es que algunos platillos pueden permanecer en el recetario cultural, y no es que sean malos, simplemente que, con el paso del tiempo, los sabores se transforman, así como la vestimenta o las costumbres, esto es natural. Pero, en casos como el bacalao o los romeritos, son preparaciones de las cuales muchos de nosotros renegamos de pequeños, pero ahora degustamos con gran placer.