Hay quienes me juzgan y critican porque me gusta Taylor Swift. Señalan que su música es trivial, y que si la escucho es para ganar popularidad en las redes. Afirman que Taylor, de 33 años, es una artista comercial, superflua e irrelevante. Que la suya es “música de quinceañera”. Apuntan que, como ministro de la Suprema Corte, debería ocuparme de tareas más importantes, en lugar de visibilizar mi apreciación por su música.
Lo cierto es que no hay nada de trivial en Taylor Swift. Más allá de críticas malintencionadas, tales voces desconocen profundamente lo que esta artista representa para millones de mujeres y jóvenes en México y en todo el mundo. Ignoran lo que significa su historia para los feminismos, para los jóvenes, para los derechos de las personas de la diversidad sexual, y para la construcción de una sociedad más igualitaria, compasiva e incluyente.
Me gusta Taylor Swift porque su música es un grito de rebeldía, en un mundo en el que se dice a las mujeres que deben quedarse calladas. Porque sus letras retratan lo que implica ser mujer y crecer en una sociedad machista y patriarcal, en la que se dice a las niñas que su rol es complacer y no incomodar; que importa más su apariencia, su ropa, o su vida amorosa que sus experiencias, sueños y conquistas. Porque sus canciones denuncian el machismo, la cosificación, los dobles estándares y la violencia de género que enfrentan todos los días. Y porque nos recuerda que lo personal, también es político.
Porque con su música —y la historia de su vida— Taylor le dice a miles de niñas y jóvenes que su voz importa, que tienen el derecho de alcanzar sus sueños, que nadie puede detenerlas, que sus anhelos son posibles, que sus proyectos son valiosos y merecen las mismas oportunidades de alcanzarlos. Porque ella misma es un referente de resiliencia, un ejemplo de valentía y una voz potente a favor de la igualdad.
Escucho a Taylor Swift porque sus letras son un testimonio vívido de lo que significa ser joven: crecer, enamorarse, enfrentar la soledad, tener miedo a fallar. Sus historias nos hablan del dolor universal de no sentirse suficiente. De pensar que la aprobación externa lo es todo, y que la felicidad reside en complacer a los demás. Al mismo tiempo, su música —como su trayectoria— es una lección de la fuerza que existe en caer, en ser vulnerable, en reconocer los errores y evolucionar; en aceptarse y amarse plenamente. Un homenaje a las personas que no esconden su entusiasmo; a la resiliencia y la individualidad. Un exhorto a levantarse ante la adversidad.
Escucho a Taylor Swift por lo que representa para la lucha por los derechos de la diversidad sexual. Porque ha utilizado su voz para denunciar el odio y la violencia contra las personas LGBTI+, y para respaldar leyes indispensables para garantizar los derechos de todas las personas en igualdad.
Escucho a Taylor Swift porque su música, como la vida misma, está repleta de relatos sensibles y conmovedores sobre la condición humana, con los que todas y todos podemos conectar. Y porque, con sus historias, Taylor forjó una comunidad extraordinaria, unida por valores que comparto. Una comunidad en la que miles de jóvenes que crecen con miedo por ser diferentes se sienten abrazadas en cada etapa, y acompañadas en cada era. Una comunidad entrelazada por la solidaridad y la empatía, en la que todas las personas se sienten vistas y escuchadas.
Ante todo, escucho su música porque estoy convencido de que, como figura pública, tengo la responsabilidad de amplificar narrativas que permitan construir una sociedad diferente. Taylor Swift es un ejemplo de autenticidad y honestidad intelectual; un derroche de sueños de todos colores y sonidos, que aboga en cada letra y con cada acorde por esa sociedad plural, en la que todas las personas tengan la libertad de ser quien elijan ser.
Seguiré impulsando narrativas que aboguen por construir un mundo diferente: más compasivo, sensible y abierto a la diversidad. Seguiré escuchando y visibilizando su música, para que las nuevas generaciones de este país escuchen con fuerza que su voz importa, que sus anhelos son posibles, que sus experiencias son indispensables. Que son suficientes, valiosas, y tienen todo lo necesario para liderar un país y construir un futuro mejor.
Por eso me gusta Taylor Swift.