El día de ayer comenzó un nuevo año y con ello, se presenta una oportunidad propicia para reflexionar sobre el futuro que queremos para México. En los últimos años emprendimos un proceso de profunda transformación para consolidar un país con justicia social y bienestar compartido. Hemos avanzado mucho en esa dirección, pero en el 2024 está en juego la posibilidad de consolidar esa ruta de cambio o regresar al pasado. No solo en lo político o económico, sino en lo que toca a nuestros anhelos más profundos de justicia, paz y prosperidad. Por ello, cualquier decisión que tomemos debe partir de una reflexión profunda sobre lo que está en juego.
Así, tendremos la oportunidad de romper definitivamente con un pasado de corrupción y privilegios, que por décadas lastimó a nuestro país. Con un régimen político profundamente injusto, en el que millones de mexicanos vivieron en el olvido mientras una élite dominante acumuló riquezas y poder durante décadas. Con un sistema marcado por la simulación, el clientelismo, la opacidad y la avaricia de la clase política, en el que las grandes decisiones se tomaron en beneficio de unos cuantos y a costa de la gran mayoría de nuestro pueblo.
Tendremos la oportunidad de seguir construyendo un país diferente. Con igualdad y justicia, que apueste por quienes menos tienen y más lo necesitan. En el que todos puedan elegir su destino sin el azote del rezago, la discriminación y la violencia. En el que los grandes derechos se garanticen plenamente y se traduzcan en bienestar. En el que nadie viva sin agua, salud, educación, comida, vivienda y un salario digno. En el que se garantice el desarrollo para todas las personas, grupos y clases sociales. En el que tanto el gobierno como las personas seamos capaces de conectar con el dolor ajeno y sentirlo en carne propia. Un país con prosperidad y dignidad compartida.
Tendremos la posibilidad de consolidar un Estado austero y eficiente, que trabaje por abatir la pobreza y reducir la brecha de desigualdad. Que luche por quienes padecen el hambre, el desamparo y la violencia. Que escuche a quienes nunca han sido volteados a ver. Que ejerza el poder en beneficio de los más pobres y no para el provecho de unos cuantos. Que combata la corrupción, apueste por el desarrollo sostenible y construya paz con justicia y libertades con democracia.
Está en juego la oportunidad de construir una justicia real para el pueblo de México, que funcione en forma digna, independiente, profesional y cercana a la gente. Una justicia que sirva no solo a quienes puedan pagarla, sino especialmente a los más pobres e invisibilizados de nuestra sociedad, y que se convierta en un instrumento de paz, certeza y prosperidad.
Ese es el México que nos jugamos. Un país con paz, bienestar y justicia social, en el que hombres y mujeres puedan alcanzar sus sueños sin importar en qué condiciones nacieron.
Ese es el país que anhelo. Lo he dicho y lo reitero: hacerlo realidad es posible. Transformar la cultura, las prácticas, los estereotipos, las inercias y las instituciones es posible. Hacerlo es, además, una exigencia impostergable de justicia. No puede haber una sociedad justa si quienes la conforman no son iguales en dignidad y derechos.
Para lograrlo, resulta indispensable dejar a un lado nuestras diferencias y trabajar en unidad. El enemigo a vencer es la indiferencia, la discriminación y la pobreza. En esa batalla, todas y todos somos necesarios: las personas más pobres y marginadas, las mujeres, los jóvenes, las personas, pueblos y comunidades indígenas, las personas de la diversidad sexual, las personas con discapacidad, las personas migrantes, las víctimas y sobrevivientes. Juntos, podemos forjar un futuro compartido en el que nadie se quede atrás.
Avancemos con fuerza. Sin vacilar y sin temores. Con la esperanza de que podemos hacer realidad las demandas del pueblo de México. Con la ilusión de que podemos construir un país con paz, justicia, bienestar y prosperidad compartida. Eso es lo que nos jugamos. Eso es lo que representa Claudia Sheinbaum en el 2024.