Desde su primer mandato, Donald Trump instauró un estilo particular de gobernar: lo hace desde sus redes sociales. Más que de cualquier otro canal, el mundo siempre está atento de su cuenta, por cierto de su propia red social, llamada Truth Social, la cual fundó después de haber sido bloqueado por el entonces popular Twitter. Este particular estilo de gobierno digital cada vez cobra mayor relevancia en el mundo y ya son varios los mandatarios que fundamentalmente usan sus redes como medio oficial, incluso de forma paralela a los legalmente establecidos por sus gobiernos.
Esta práctica no es anecdótica: forma parte de un cambio silencioso pero radical en la escena internacional. Mientras algunos países y empresas ya comprenden que el poder se juega también en las plataformas digitales, otros -como aún suele ser el caso de México y buena parte de América Latina- aún utilizan las redes sociales solamente como vitrinas informativas, pero no como escenarios activos de influencia, disputa y construcción de legitimidad.
El gobierno digital, que en nuestros países se ha entendido como un espacio para facilitar trámites y reproducir noticias electrónicamente, no es sólo eso, sino que representa un cambio estructural en la forma en que los actores estatales y no estatales construyen relaciones, moldean percepciones y defienden intereses. Hoy, un hilo de X puede tener más impacto geopolítico que una nota diplomática, y un video en YouTube puede movilizar más empatía global que un comunicado oficial.
Esta transformación exige nuevas habilidades y responsabilidades para las instituciones públicas y privadas, porque las redes llegaron para quedarse y, por lo tanto, debemos sofisticar su uso. Se trata de pasar de la simple información de las actividades diarias a aprender a leer y construir narrativas digitales, responder en tiempo real a crisis reputacionales y utilizar el poder simbólico de lo visual para proyectar confianza y visión. La gobernanza en redes sociales no es neutra como las noticias que nos empeñamos en compartir, sino que se ha vuelto cada vez más emocional y guiada por relatos persuasivos.
Tanto los consejos de administración privados como los gobiernos deben prever los riesgos de la desinformación, los vacíos de comunicación y los errores en el manejo digital de las relaciones estratégicas. Así, más que un reto tecnológico, la cambiante comunicación digital es en realidad una evolución mental. Y como ocurre con toda evolución, quienes no se adaptan no sólo se rezagan: se invisibilizan. El gobierno digital claramente no reemplaza las funciones esenciales, pero sí las complementa y potencia. Comunicar es compartir; narrar es influir. Y esta es la estrategia viral de tu Sala de Consejo semanal.