Este es un debate al que definitivamente no quería entrar y no lo haré. No porque no tenga una opinión al respecto, sino porque no está suficientemente informada ni formada para ser útil. No obstante, el ir y venir de argumentos sobre la propuesta de reforma al Poder Judicial en México me lleva a una reflexión que, si bien no está directamente relacionada con la reforma, sí se relaciona con un tema que conozco, que es el cambio institucional.
Quienes se oponen a las modificaciones que el presidente López Obrador está impulsando en torno al Poder Judicial han construido argumentos sólidos y sofisticados para evitarlas. En general, giran alrededor del hecho de que elegir a los jueces y magistrados, así como cancelar el requisito de experiencia, ponen en riesgo la calidad de la impartición de justicia en México. La pregunta obligada sería entonces: bajo el estado actual de cosas, ¿la justicia en México es de calidad? Creo que la respuesta es obvia e inmediata: no lo es.
Es aquí donde cualquier argumento a favor de mantener el statu quo se desmorona. Y, más allá de estar a favor o en contra de la reforma propuesta, es donde se puede comprender el arrollador apoyo que despierta en la mente del ciudadano común una reforma a dicho sistema: la que sea, pero una reforma; urgente, profunda y con venganza, por cierto.
El Poder Judicial ha tenido décadas para autorreformarse y mejorar, pero nunca lo hizo. La percepción de cualquier mexicano es que la justicia no funciona en nuestro país. Yo no podría afirmar que es disfuncional de todo, pero lo que sí sé es que no funciona bien: es lenta, compleja, oscura y, sobre todo, injusta. Toda persona en México que ha tenido algún contacto con lo judicial tiene una mala impresión de lo que ahí dentro acontece e, incluso, la gran mayoría de los ciudadanos, en un momento u otro, hemos sido agraviados por el pobre y a veces criminal desempeño de nuestro sistema judicial.
Por lo tanto, repito: más allá de entrar a un debate para el que no estoy ni técnica ni jurídicamente preparado, me parece que desde la parte puramente institucional, el Poder Judicial debe cambiar: como está hoy no funciona y debido a que no funciona, no sirve. Ya los detalles de cómo y hacia dónde se los dejo a los expertos. Sin embargo, yo me quedo con mi sentir y el de millones de mexicanos: algo se debe modificar, porque con lo que hay, no se hace justicia. Al contrario: con preocupante frecuencia se imponen inexplicables decisiones de jueces que, por razones que desconocemos, tuercen la legalidad para servir a intereses que jamás conoceremos, en detrimento de aquello que anhelamos, que solamente es un mínimo de rectitud, un ápice de decencia y sí: al menos algo de justicia. Es la reflexión jurisdiccional de tu Sala de Consejo semanal.