No fueron más de tres horas, pero fueron suficientes para que Apple, el gigante tecnológico, perdiera más de mil millones de dólares de valor accionario. La tragedia sucedió el pasado 12 de septiembre, justo cuando la empresa reveló su flamante iPhone 17 y los nuevos modelos de reloj digital y computadoras. Parafraseando a García Márquez, esta era la crónica de una muerte anunciada. Y es que, de hecho, Apple pronto cumplirá un año perdiendo valor. Desde diciembre de 2024, sus acciones han caído casi 25%.
Algo similar sucede con la empresa Boeing. El alguna vez coloso de los cielos, hoy no sabe cómo salir de los suelos. Y es que, en los últimos 6 años, sus pérdidas acumuladas superan los 35 mil millones de dólares. Una cifra absolutamente alucinante.
Mientras muchos justifican estos declives corporativos en toda suerte de motivos externos, como los aranceles o las restricciones a la producción en China, el problema en realidad está dentro de ambas compañías: es el estilo con el que son manejadas.
En inglés, el término CFO se refiere al “Chief Financial Officer” o Director Financiero. Normalmente se trata de una persona tan admirada como odiada y tan respetada como cuestionada. El trabajo de todo CFO por lo general es cuidar el dinero y administrarlo de manera adecuada. Mientras que esto es necesario y hasta loable, el problema normalmente surge cuando el CFO se convierte en el “Chief Executive Officer”, CEO o Director General. Es decir, cuando el que controla el dinero se vuelve el que dirige la empresa. Esto se agrava en las empresas tecnológicas, en las que la visión del negocio debe pesar más que el control.
En los últimos años, Apple es una empresa que ciertamente ha sido altamente rentable, lo cual refleja la labor de un CFO eficiente. Sin embargo, Apple es una empresa que ya no entusiasma, se ha vuelto aburrida, perdió el factor sorpresa y su tecnología ya no es disruptiva, sino incremental. Es el resultado de que el antes CFO, ahora sea el CEO.
Con Boeing pasa algo similar, pero infinitamente más peligroso. Después de ser comprada por McDonell Douglas, Boeing aniquiló la innovación por considerarla demasiado costosa. Así, despidió a los ingenieros y trajo a los financieros. El resultado ha sido letal: aviones que se desarman, software que deja de funcionar y, en consecuencia, gente muriendo en accidentes que se podrían evitar.
Con esto no digo que todos los CFOs sean malos CEOs; hay excepciones, pero son pocas y raras, salvo cuando la empresa es financiera. Sucede en el sector privado y también en la política. Por eso, toda organización debería pensar dos veces antes de poner la cuenta de los chiles por delante del sabor de la salsa. Es la crítica organizacional de tu Sala de Consejo semanal.