En este año la ceremonia de entrega de los Arieles fue especialmente esperada ya que nos preguntábamos cómo la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas iba a resolver los obstáculos derivados de la pandemia. Después del glamour del Palacio de Bellas Artes como escenario y la austeridad de la Cineteca Nacional el año pasado, la “ceremonia” del 2020 se convirtió en un juguetón espectáculo de televisión e internet, un híbrido entre un set ambientado con dos conductores que abrían los sobres y una gran cantidad de enlaces en zoom con los ganadores. Las típicas fallas de la plataforma y los ambientes hogareños de los festejados en ropa casual, solos, rodeados de hijos, acompañados por el maullido de un gato o el staff de una grabación, fue divertido y sanamente alejado de toda ceremonia.
Lo que se resolvió de manera presencial fue el discurso de la presidente de la Academia Mónica Lozano y las entregas del Ariel de oro, un homenaje a la trayectoria de un profesional del cine. La compositora Lucía Álvarez fue distinguida por la música de filmes como El callejón de los milagros y Principio y fin. María Rojo recibió la estatuilla de manos de Jorge Fons y les agradeció a los directores de su generación que hayan sacado a las actrices del clisé con personajes femeninos complejos.
Las breves escenas de los filmes nominados despertaron el interés de verlos en una sala de cine. Fue emocionante observar la diversidad y gran calidad visual, sonora y estética que caracteriza el cine mexicano actual. Me impresionaron los paisajes y el ambiente del norte de México en contraste con las escenas neoyorquinas de Ya no estoy aquí de Fernando Frías, una película realizada por un equipo multinacional que se llevó, entro otros, los Arieles a mejor película y mejor dirección. También Sonora de Alejandro Springall, que se recibió el Ariel por mejor guión adaptado, impresiona por su historia y estética fronterizas. Los paisajes y personajes del norte mexicano también le dan vida, fuerza y movimiento al cortometraje Lorena, la de los pies ligeros de Juan Carlos Rulfo distinguido como mejor corto documental.
También la violencia y la violencia de género marcó filmes con personajes y estéticas poderosos. La fragilidad de la protagonista de Asfixia de Kenya Márquez que se topa con una sociedad hostil y machista - el filme obtuvo dos Arieles por coactuación - es tan dolorosa como los sucesos relatados en Olimpia, un filme animado por rotoscopio sobre la represión del 68 en Ciudad de México, que fue distinguido como mejor largometraje animado. Los discursos de los ganadores y la presidente de la Academia mostraron la profunda preocupación por el futuro del cine mexicano, que, mientras cosecha elogios y premios en el extranjero, es sometido a agresivos recortes al interior del país. ¡En verdad, hay de qué preocuparse!