Gobernar no es fácil, ser oposición tampoco, y eso lo estaremos viviendo en Hidalgo durante los próximos cuatro años, donde lo peor que nos puede ocurrir en los ayuntamientos electos, es la conjunción de un mal gobierno, con una burda oposición, que termine siendo bufón o comparsa del poder.
De acuerdo a la teoría política, ser oposición en un sistema democrático, implica que varias personas o grupos (que no individuos), persiguen fines contrapuestos a aquellos quienes detentan el poder, e implica resistir y persistir utilizando métodos legales e institucionales, es decir medios legítimos, los cuales, por cierto, no incluye el uso de la violencia.
Ser oposición implica muchas veces, luchar contra el establishment (sistema y/o grupo de poder), pero mostrando con audacia e inteligencia, que se pueden hacer mejor las cosas, señalar, criticar y cuestionar al poder, pero sobre todo que la ciudadanía se informe y se fije un criterio con relación al sistema político, en específico al ejercicio del poder.
Sin embargo, el mayor error hasta ahora mostrada por la frágil oposición en Hidalgo es la fragmentación, los personalismos y protagonismos, que no suman adeptos, más bien genera rechazo y animadversión sobre la política y lo público, en una entidad que no conoce la alternancia en la gubernatura, que llegaremos al 2020 con 93 años del gobierno de un solo partido, aquí la oposición no ha logrado llegar al poder.
Sin embargo, a nivel nacional el fenómeno es distinto, porque la oposición de hoy fue gobierno ayer, quienes piden más de lo que hicieron, cayendo en verdaderas contradicciones históricas.
En ambos escenarios, es la misma realidad, una oposición que no es un verdadero freno a uso del poder, ni generar auténticos contrapesos legislativo-ejecutivo. Al final quien pierde es la ciudadanía, con una clase política ávida de poder, que ejercen sin límite, y una oposición que no termina de entender cuál es su posición.
Twitter:@alfreduam