Mientras hago fila en la cafetería no puedo dejar de pensar que eternidad es el intervalo que hay entre poder ordenar lo que vas a tomar y recibirlo. Pero hay algo aún más intenso que se impone a mis pensamientos. Y es la plática que mi vecina ocasional de hilera mantiene con, digamos, su amiga al otro lado del teléfono.
Por más que intento no concentrarme en lo que le grita a su teléfono inteligente devenido en radio walkie talkie, no puedo. Por eso me entero de que ha tenido recientemente una diferencia, un pleito, con su vínculo, conocido en la Edad Media como pareja y en la prehistoria como novio.
“He de confesarte, le dice a su interlocutora, que le tuve que llamar a mi psicóloga para decirle…y ella me dijo: pues que no ves que…”. Al fin pude dejar de escuchar la disertación de su vida privada en un lugar público. Recordé entonces la colaboración de la semana anterior, en la que les platicaba como es que problemas de la vida cotidiana se han vuelto patologías que deben ser atendidas por especialistas en la psique.
Existe una promesa, falsa, es tiempo de decirlo, que la psicología es una técnica que puede y debe convertir a todos en superpersonas. Que al jugador lo hará ser un campeón del mundo, que al empresario lo convertirá en un tiburón feroz, que al marido fiel lo convertirá en devoto, que al niño que se atreve a ser niño lo transformará en una dulce y tierna mascotita obediente y con la capacidad de aprender todos los trucos que su amo quiera.
Desde muchas disciplinas psi se critica y hasta se hace mofa de la presencia de los coach por su formación exprés y sus técnicas ancestrales de abordar los psicológico: velas, ángeles, horóscopos, música, masajes, bailes, motivación, confesión, penitencia. En realidad, ese no es el problema. Como las personas intentan llegar a la verdad de su ser son muchas y muy variadas, algunas, por ejemplo, enferman y se someten a una y otra y otra intervención quirúrgica, aunque no las necesiten en realidad, porque inconscientemente saben que esa verdad que buscan se les ha incrustado, se les ha encarnado. Y los médicos, muchos, no reparan y son partícipes en esta mercantilización del cuerpo y sus enfermedades.
Lo grave es que se quiera sostener ese timo de que la terapia psicológica es para todos, que todos alguna vez deberían ir al psicólogo porque, como lo escribí arriba, es el único medio para volvernos mejores personas, sacar nuestro potencial o enfrentar las vicisitudes de la vida. Cuando las personas se enteran que alguien esta en un proceso psicológico, frecuentemente le piden al paciente que le llame a su terapeuta para que le de una respuesta sobre su proceder o una orientación para hacer algo que debe hacer.
Incluso se llega a sostener que lo que antes hacía el encierro de la cárcel o del hospital psiquiátrico hoy lo puede hacer la psicología. Por eso se condena a someterse a un proceso terapéutico a la jovencita que mató a un perro y confesó-exhibió su crimen en redes sociales o al joven que golpeó a un guardia de seguridad porque siguió los protocolos para que pudiera ingresar.
Al igual que hace el médico el psicólogo (e incluso el psicoanalista, de cualquier orientación) cae en dos supuestos que bien conoce el psicoanálisis: responder a la demanda e histerizar a los pacientes. ¡Cuántas personas enfermas se podrían curar esperando que el curso de la enfermedad y la respuesta natural del cuerpo hagan lo suyo! Pero no, el médico, que quiere ser respetable, porque eso se traduce en ganancias económicas, tiene que recetar muchos medicamentos e incluso sugerir intervenciones quirúrgicas.
Igual proceder tiene el psicólogo (o psicoanalista) que recibe en consulta a quien precisamente puede estar tomando como coartada una terapia. O cuando se siente orillado a interferir en la vida de su paciente y responderle cómo debe actuar en cada momento, ya sea en el tema del pago de impuestos o en qué debe o no decirle a su pareja, con la que acaba de tener un diferendo.