Las opiniones del autor de la columna Sin ataduras son de su exclusiva responsabilidad y de nadie más, en el ejercicio de la libertad de expresión, derecho consagrado en la Constitución.
La libertad de expresión se garantiza en México por el artículo 6 de la Constitución mexicana y en Estados Unidos por la primera enmienda.
Sin embargo, recientemente arreció una campaña orquestada contra este columnista por periodistas, voceros oficiosos de algún funcionario (Templo Mayor, de Reforma; Ricardo Raphael, en El Universal; Jorge Fernández Menéndez, en Excélsior; Genaro Lozano, en Twitter, y Eduardo del Río, en 24 Horas, entre otros), cuyos principales argumentos coinciden y se han publicado de manera programada. En sus engaños, los detractores mezclan asuntos políticos y personales a fin de descalificar las críticas de este autor, en una muestra de intolerancia autoritaria.
Señalan que este columnista debiera abstenerse de criticar asuntos como el despliegue de la Guardia Nacional para contener la migración en las fronteras de México, así como la política antinmigrante del presidente Donald Trump, por ser ex embajador.
Agregan que este ex diplomático debería callarse por ser cónyuge de la embajadora de México en Estados Unidos, vivir en la residencia en Washington y tener pasaporte diplomático. Si hubiera preocupación de la administración Trump por lo que opina este autor, las autoridades estadunidenses ya lo hubieran comunicado al gobierno mexicano.
Con esta falacia de supuesto tacto diplomático pretenden silenciar opiniones que solo incomodan en México, no en Washington.
Resulta una patraña tratar de confundir las funciones de un embajador jubilado con las de un embajador en activo. El embajador retirado no tiene ninguna representación oficial. No representa al gobierno mexicano. No se expresa ni escribe en nombre del gobierno.
Pero quienes ignoran la libertad de expresión, la práctica diplomática y el derecho internacional pretenden dar lecciones periodísticas de “diplomacia” con el sofisma de que, siendo embajador jubilado, casado con la embajadora y tío de la esposa del Presidente de la República, debería mantenerse callado.
Este columnista escribe como periodista qué es lo que piensa, no como diplomático que fue. Son reglas distintas. Conoce ambas y las respeta.
Que quede claro: este periodista no refleja la posición del gobierno de México, ni de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ni de la Embajada de México en Estados Unidos. El hecho de que el columnista sea cónyuge de la embajadora Martha Bárcena Coqui no lo hace vocero de la Embajada. Ama, admira y respeta a la primera representante de nuestro país en Washington. Ella respeta sus opiniones, aunque no está de acuerdo con todo lo que escribe este autor.
Existe un estrecho sendero en la libertad de expresión responsable. Se escribe con libertad pero con prudencia. El 8 de julio de 1976, cuando tenía casi 25 años de edad, este autor renunció como corresponsal de Excélsior en Washington, en solidaridad con Julio Scherer García, ante el asalto a la libertad de prensa, y nos fuimos a fundar Proceso y luego unomásuno.
Hoy como ayer, ningún ataque promovido por funcionarios nos va a callar.
@AGutierrezCanet
gutierrez.canet@milenio.com