Política

¿Ya se rindieron?

En las democracias, a la hora de elegir, la emoción suele pesar más que la racionalidad. En los tiempos que vivimos —yo les llamo la era de la ira— el sentimiento predominante es el enojo contra las élites, que en el México de 2018 catapultó a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia. Millones de mexicanos, indignados por la corrupción rampante del priñanietismo, votaron por su discurso reivindicador. De ese año a la fecha, desde su invectiva mañanera, AMLO se ha encargado de mantener enojada a la gente: no cesa de recordarle los abusos de los corruptos que lo precedieron y de advertirle el peligro de que regresen al poder. Esa narrativa pasional ha permeado al grado de difuminar su incapacidad para contrarrestar la corrupción y de granjearle el apoyo mayoritario.

La oposición no ganará la elección del 2024 solo con la clase media que repudia la 4T. Si quiere triunfar, necesita morder un gajo del 60 por ciento que hoy aprueba a AMLO. Huelga explicar que la mordida no ha de apuntar a su voto duro, que se transferirá a quien él diga, sino a su voto blando, es decir, a las personas que lo ven como un hombre honesto pero que no son sus incondicionales, que dudan de las corcholatas y que podrían votar por un partido distinto si ahí encontraran a alguien que les inspirara la confianza de que no volverán las casas blancas y los Malinalcos. Las preguntas que ese segmento del electorado se hará es ¿a quién le creo?, ¿quién me escucha?, ¿quién se preocupa por mí? La respuesta que se darán no presupone una argumentación racional. La mayoría de los mexicanos quería en 2018, y quiere para 2024, un gobernante con quien sienta una conexión emocional.

Todo esto es evidente, prácticamente de sentido común. ¿Por qué entonces la alianza opositora presenta aspirantes que contravienen ese perfil? ¿Por qué insiste en proponer a políticos que trabajaron en el primer círculo de los dos gobiernos anteriores y por tanto son muy vulnerables, que para colmo carecen de carisma y no conectan con la gente? Aunque no quisiera pensar que el fatalismo la haya alcanzado, admito esa ominosa posibilidad. Y es que muchos críticos y adversarios de la 4T han tirado la toalla; lo dicen en público analistas y comunicadores y en privado bastantes empresarios e incluso algunos políticos: “no hay nada qué hacer”. La popularidad de AMLO, su habilidad como operador electoral y su control del aparato del Estado, más el desprestigio del PRI, del PAN y del PRD, la fragilidad de su alianza y la falta de precandidatos competitivos, les hace darse por vencidos. No falta razón para el desánimo de los observadores pero sí para la capitulación de los dirigentes, quienes están obligados al menos a intentar, con el estado de ánimo imperante, la técnica del judo contra la 4T.

¿También los partidos de oposición se han resignado a perder esta elección presidencial y han decidido esperar al 2030? ¿Se trata acaso de una rendición anticipada y del reencauzamiento de energías a obtener espacios en gubernaturas y en el Congreso y asegurar la votación de cada uno de ellos que les asegure el registro o que aumente sus prerrogativas? ¿Es por eso que solo barajan nombres que evocan sexenios repudiados y que no tocan las fibras sensibles de los electores?

Son preguntas cuya refutación espero con ansias.


Google news logo
Síguenos en
Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.