Cultura

Somos de donde somos

Siempre se da esta discusión sobre la identidad, la pertenencia, el lugar de origen, las raíces. Y no es tema fácil.

Que si uno nació aquí, que si allá. Que dónde se crió. Que si es hijo de inmigrantes, de familias conocidas, de toda la vida, que todo mundo conoce.

La xenofobia es un mal que, junto al nacionalismo, la religión, la afinidad con algún credo político, una marca comercial o un equipo deportivo, pertenecen a una patología social cuya subrepticia base es el fanatismo.

Mire, todos queremos identificarnos con algo. No importa qué. Somos reacios a aceptar cambios y posturas que contradigan o que sean distintos a los cánones y principios con los cuales fuimos criados y que nos otorgan seguridad y confort. Lo entiendo. Pero la base de nuestra evolución intelectual es precisamente esa capacidad para asimilar otras posturas. No podemos quedar anquilosados en premisas obsoletas y anacrónicas, es peligroso, contraproducente y retrógrado.

Vivía yo sobre la calle de Guerrero, en San Pedro. Teníamos una vecina ya mayor que su familia era originaria de ahí. Conocía a todos y se jactaba de ser muy del Centro de San Pedro. Nunca entendí dónde estaba el valor de esa declaración. Pues un día bebíamos café y conversábamos cuando llegó una persona preguntando por un cuarto de renta. Ese cuartito era de ella, de la vecina. Le preguntó que de dónde era y a qué se dedicaba. El tipo respondió que era estudiante y que venía de Zacatecas. La señora le dijo que el cuarto ya estaba rentado.

–Pero ese cuarto no está rentado–, le dije.

–Claro que no, el problema es que el muchacho no es de aquí–, respondió.

Luego está el tema de un buen amigo que se fue a vivir a San Antonio, en Texas. Simplemente encontró una oportunidad allá y emigró. Después de muchos años regresó y nos vimos en una reunión de amigos. La reacción fue clara: lo acusaron de “pocho”, de traicionero y de alienado. El ambiente fue hostil.

Yo mismo le presento mi historia: en casa somos cuatro hermanos. Tres nacimos en Houston y otra hermana en Monterrey. La razón es que mi abuelo era cubano-estadunidense y casi toda la familia de mi mamá vive en Texas. Nací un 4 de febrero de 1969 y el 24 de ese mes y año ya estaba en Monterrey. Desde entonces no he salido de mi ciudad. Pero con esos 20 días en Texas muchos ya me consideran texano. Ah, y luego está el tema de que mis papás son de Tampico. Entonces soy tampiqueño. De no creerse.

“Soy orgullosamente de aquí o de allá”. Cállense. Ya no estamos para eso. Es pernicioso. Está bien ser parte de una comunidad, de una colonia, de un municipio, de una región, de un estado, de un país, pero no hay que dejarnos llevar por las emociones de exclusión y de que somos mejor que otros solo por ser de alguna parte. Acá en Monterrey hace tiempo hubo un furor por llevarla contra los chilangos. Usted se acordará del eslogan: “Haz patria, mata a un chilango”. Y los chilangos, a su vez, se burlan de los que no son de allá tachándolos de “provincianos”. Ya es hora de dejar de pensar de esa manera.

Todos de alguna manera estamos atrapados en el lugar donde nos criamos. Muchos permanecemos allí sin importar que emigremos.

No hay escape; por más que uno se empeñe en huir, porque los que se van se persiguen a sí mismos, se transforman en sus propios fantasmas –los van creando– y no se dejan en paz, nunca.

Uno no se va a ninguna parte, solo deambula estúpidamente por el mundo antes de volver a su lugar de origen, ya sea en sueños, en intentos truncos, imposibles deseos, tránsitos nebulosos, quiméricas proyecciones, espejismos inalcanzables y recuerdos temblorosos.

Y es que, ¿a dónde se puede ir en este pequeñísimo y rotativo mundo de rocas, aire, fuego y agua y con esta vida tan breve?

Pues ahí. A donde estemos.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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