Estoy grabando MasterChef. Esta temporada es de celebridades. Cuando se trata de personas famosas, yo siempre he sido cauteloso en cuanto a opinar sobre ellos, principalmente porque casi toda la información que obtenemos de ellos es a través de revistillas y tabloides sensacionalistas. Escribo un diario y este es el apartado concerniente a los famosos:
“Las celebridades están cocinando muy bien. Hay de todo; cantantes, actores de cine, teatro y televisión, una periodista de espectáculos, ¡un árbitro de futbol!, un ex participante de un programa deportivo, un comediante y conductores de tele, entre otros. Habría pensado que esta gente viene aquí a hacer show nada más, pero ya me queda claro que se toman muy en serio la cocina. Tenemos una noción preconcebida de que son personas desordenadas, pedantes, conflictivas, inestables y poco éticas. Ello se debe, en buena parte, a que las revistas sensacionalistas se encargan de mostrar esa parte que alude más al escándalo y a la exposición de sus vidas privadas. Bueno, y en cuanto a eso, “vida privada” es un asunto que, en el caso de una celebridad, ya no lo es tanto. De hecho, el estilo de vida de un famoso permite –y exige– un cierto grado de invasión de su privacidad.
Los participantes no parecen ser nada de lo que los tabloides sensacionalistas dibujan. En un punto sospecho que exageran, especulan o hasta inventan, pero también es posible que se filtre una buena dosis de verdad. O sea que puede ser una bizarra mezcla de todo lo anterior. ¿Importa eso aquí? No. ¿Qué vienen a hacer a MasterChef? No lo sé. Quizá probar suerte en una nueva y excitante aventura, intentar rescatar sus carrera, rectificar su imagen. Sepa la madre. Eso es cosa de ellos. Lo que sí puedo decir es que, por encima de cualquier imagen que haya tenido de ellos, no es del todo real. Mire, si está acostumbrado a leer noticias de famosos en donde se recalcan ciertos aspectos negativos, escandalosos o conflictivos, entonces nos iremos formando una idea relacionada con tales apreciaciones. Estamos acondicionados a percibir las cosas y a crear esquemas de la realidad de acuerdo a estas maneras de ver a la gente, y eso no está bien. No estoy en contra ni de los tabloides, ni de las publicaciones amarillistas, ni mucho menos de la nota roja: son expresiones culturales y géneros literarios en sí mismos y reflejan lo que somos. Añado que nuestra natural inclinación al morbo, al voyeurismo y al argüende hace más fácil el consumo de esta literatura.
El caso es que las celebridades, plenamente conscientes de que tienen una capacidad histriónica y de estar acostumbrados a ser vistos, lo combinan con el asunto de la cocinada y nos regalan un gran show. Y, ¿sabe? prefiero mil veces trabajar con famosos que con otros grupos de participantes. Yo me siento muy a gusto en el set con ellos.
Uno de los participantes me dijo que yo también era una celebridad. Pues no; el famoso requiere de la exposición mediática constante para ser lo que ha decidido ser, ese es su ambiente y requerimiento naturales. Yo solo soy un cocinero que sale en la tele. Ni famoso ni celebridad. Mi figura no cae dentro de esta clasificación, porque soy juez, y como tal, un observador. Soy una extensión del público: soy sus ojos, oídos y, más importante, su paladar. Ellos experimentan la comida que ven en la tele a través de mí. Por eso estoy muy lejos de ser una celebridad. Y así seguiré.
No se haga opiniones de nadie solo por lo que lee o le dicen de ellos. A la gente se le conoce de frente, en vivo y a todo color. Lo demás son supuestos, preconcepciones y proyecciones. _
Adrián Herrera