Jessy Ruiz llega al palacio municipal, el City Hall, con un vestido negro con destellos, y sobre él un saco de animal print. Avanza a zancadas por la puerta principal después de abrirse paso entre un grupo que protesta contra la violencia de las armas.
Sube la gran escalera del edificio, donde quinceañeras y novias se toman fotos vestidas de princesas. Jessy se perfila para algo más, justo ahí, en San Francisco.
Fue seleccionada por el Pride como parte de la quinteta de Grandes mariscales (Grand marshal) para la celebración 55 del Desfile Anual del Orgullo LGBTQI+ de la ciudad, uno de los más importantes en el mundo.
Pero en este año su celebración luce particularmente complicada: el presidente Donald Trump ataca con sus políticas a dos comunidades que San Francisco acoge con esmero.

Jessy Ruiz representa a ambas. La michoacana que llegó a Estados Unidos en 1966 lo sabe y pisa fuerte rumbo al balcón de la alcaldía que anunciará oficialmente su participación como mujer transexual, migrante y latina, precisamente el grupo étnico que ha sido objetivo de redadas xenófobas para su expulsión por falta de documentos.
Ruiz personifica todo un combo y un símbolo cuando se sacan cuentas: los latinos son la etnia de mayor crecimiento en Estados Unidos y, contrario a las creencias de Trump que solo reconocen dos sexos –el femenino y el masculino–, la población estadunidense se declara cada año más diversa en sus identidades y preferencias sexuales.
En una encuesta de la empresa Gallup realizada a principios de este año se reveló que alrededor de 31.6 millones de personas (9.1 por ciento de la población) se autodeclaran parte del grupo de LGBTQI+.
Esto significa que el 6 por ciento del total de los hombres en Estados Unidos y 10 por ciento de las mujeres –y contando a ambos grupos, 9 por ciento de los universitarios– no son heterosexuales.

La rockstar de los "sin techo"
Al nombrar "mariscal" a Jessy, el Pride destacó su trayectoria de "continua defensa, activismo y liderazgo en la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y transgénero", igual que su papel para mejorar la vida de los latinos sin vivienda (conocidos como homeless) mediante su trabajo en la organización Mission Neighborhood Resource Center.
Los homeless representan el talón de Aquiles de California, una herida que le duele a la entidad que en abril pasado superó a Japón como la cuarta economía del mundo.
Supura particularmente en la región de la Bahía, encabezada por San Francisco, porque la mayor parte de esa riqueza proviene de la "revolución informática" que se cocina ahí.
Justo en esa zona coexisten, por un lado, los extremos de riqueza y la miseria humana causada por las adicciones, y por otro el encarecimiento de la vivienda que se ensañó con los latinos por la disminución de empleo desde la pandemia.
Aunque la comunidad latina solo representa el 15.2 por ciento de la población de San Francisco, están desproporcionadamente representados entre las familias sin hogar. A principios de este año, la ciudad contabilizó 405 familias sin lugar donde dormir, un aumento de casi el doble (94 por ciento) desde 2022.
Jessy irá al barrio La Misión dentro de un rato; ahí no sólo vive sino cada día se atienden hasta 180 personas que viven en la calle. El 70 por ciento son latinos, de los cuales, 40 por ciento son mexicanos. La mayoría son hombres, pero también hay mujeres, jóvenes migrantes y gente de la diversidad.

A la organización para la que ella trabaja llegan vacíos, sin nada.
"Les damos champú, calcetines, jabón, una ducha. Lo agradecen, pero lo que más quiere es que se les visibilice, no basta con comida y ropa", cuenta Jessy a MILENIO mientras camina por los pasillos laterales del ayuntamiento y saluda aquí y allá.
¿Cómo llegué aquí?
Ser Grand marshal es más que un cargo honorífico. Significa que abrirá el desfile los próximos 28 y 29 de junio, que será la primera que avance por Market Street, a bordo de un auto decorado por alguna agencia patrocinadora y, aunque algunas marcas se retiraron por miedo a las políticas de Trump, aún permanecen otras más.
A su regreso a la Casa Blanca por segunda vez, Trump impulsó cuatro medidas que la comunidad LGBTQI considera retrocesos legales: eliminó el reconocimiento de las personas no binarias, retiró los pasaportes con género "X", prohibió a mujeres trans competir en deportes femeninos y las sacó de las Fuerzas Armadas.

Además, arremetió contra las políticas públicas de diversidad, equidad e inclusión, provocando que numerosas empresas abandonaran estos compromisos para alinearse con su postura restrictiva. En abril, el Pride de San Francisco anunció que cinco compañías con las que colaboraba desde hacía tiempo se retiraron este año.
A Jessy le cuesta creer que las cosas estén tomando ese giro agresivo pero está acostumbrada por su experiencia de vida en México.
De hecho, dejó Morelia donde creció en una familia numerosa que la respetó y la amó como no lo hizo la sociedad michoacana. A los 19 años, huyó tras sufrir agresiones y burlas de la gente e incluso por parte de la Policía que la llegó a obligar a tener sexo.
Vivió casi 20 años en Carolina del Norte.
"Era un estado conservador, sin acceso a hormonas ni protección, pero al menos no me golpeaban, podía vivir sin esconderme", recuerda.
Trabajó durante 15 años en una empresa distribuidora de vinos, propiedad de descendientes de la familia Kennedy, hasta que fue despedida. Sin pareja, sin empleo, con casi 45 años encima y una maleta de incertidumbre, tomó una decisión que le cambió la vida: mudarse a Francisco. Eso fue en 2020.

En San Francisco pudo hacer estudios gratuitos y ante una Corte hasta dejó de llamarse José. Con sencillos requisitos llenó una aplicación, presentó un acta de nacimiento mexicana, un pasaporte, una hoja certificada de un doctor y un terapeuta.
Al principio sobrevivió sin empleo. Luego trabajó en restaurantes, manejó Uber y finalmente encontró su vocación: ayudar a la comunidad transgénero latina y a los sin techo. ¡Cuántas vueltas da la vida!

ksh