Antes de que Torreón tuviera títulos oficiales, cuando apenas era un caserío polvoriento en medio del desierto coahuilense, ya había un templo que alzaba su voz en medio del silencio: la Primera Iglesia Bautista de Torreón.
Erigida en 1895, esta congregación se consolidó antes de que existiera siquiera un templo católico formal en la naciente comunidad. Su historia no solo desafía la cronología religiosa de la región, sino que también habla de migraciones, conflictos, resistencia y fe.
Ubicada sobre la calle Cepeda, frente a la plaza principal, hoy llamada Plaza de Armas, esta iglesia ocupa un sitio que en muchas otras ciudades de México está reservado para la catedral católica. Su presencia en ese lugar no es fortuita: es el resultado de un entramado histórico singular que distingue a Torreón de otras urbes del país.
“Torreón es una ciudad atípica: en la plaza principal no está la catedral, está una iglesia protestante...”, explica Antonio Méndez Vigatá, director del Instituto Municipal de Cultura y Educación.
Una ciudad sin catedral, pero con fe
A finales del siglo XIX, Torreón aún era un rancho llamado El Carrizal. La llegada del ferrocarril y el auge algodonero atrajeron a familias mexicanas y extranjeras, estadunidenses, alemanas, españolas y chinas, que buscaron establecerse en este rincón del norte.
Con ellas llegaron nuevas ideas, nuevas costumbres… y también nuevas expresiones de fe.
La Iglesia Bautista surgió de la mano de Florentino Treviño, un presbítero católico originario de Santa Rosa, Nuevo León, que se convirtió al bautismo y decidió fundar una congregación independiente.
Con el apoyo del primer pastor, Hugo P. McCormick, comenzaron a predicar desde la casa de Treviño en la avenida Juárez, justo frente a la actual Plaza de Armas.
“La iglesia se constituye en agosto de 1895. A los hermanos que venían del campo les gritaban insultos e incluso hubo quienes fueron arrojados al canal de La Perla por profesar su fe”, relata Israel Aguilera, historiador de la congregación.
La instalación de una iglesia protestante en el corazón de la naciente comunidad fue, para la época, un hecho insólito. La mayoría de los pueblos y ciudades mexicanas se fundaban alrededor de un templo católico; en Torreón, en cambio, la fe bautista llegó primero.
Conflictos, persecución y resistencia
La presencia de un templo protestante frente a la plaza principal no fue bien recibida por todos. En el transcurso del siglo XX, la iglesia enfrentó varios intentos por ser desalojada de ese espacio.

“En dos ocasiones quisieron retirarla… En ese tiempo, la congregación escribió directamente al presidente Plutarco Elías Calles, solicitando la reapertura del templo”, recuerda Aguilera.
El episodio marcó un hito en la historia religiosa de Torreón. La defensa del templo no solo fue un acto de fe, sino también fue una declaración simbólica: la Primera Iglesia Bautista formaba parte del tejido social de la ciudad y no sería desplazada fácilmente.
La huella de los migrantes en la fe lagunera
La duda histórica sobre si la Iglesia Bautista se estableció antes que la católica sigue abierta. Es probable que la antigua hacienda de El Carrizal contara con una pequeña capilla, pero la fundación formal de una parroquia católica llegó tiempo después.
“Torreón recibió un flujo migratorio muy grande. La estructura tradicional de plaza–iglesia–presidencia no se dio aquí, y eso explica por qué la iglesia bautista ocupa un lugar central en la historia de la ciudad”, señala Méndez Vigatá.
El desarrollo urbano de Torreón no se construyó alrededor de un templo católico, como dictaba la costumbre colonial, sino en torno a actividades económicas, sociales y —de manera inusual— protestantes.
Del carrizo al ladrillo: un templo que renació del fuego
En 1895, los primeros miembros de la congregación recibieron un pequeño terreno frente a la plaza para levantar su iglesia. La primera construcción fue rústica: paredes de carrizo y techo sencillo, un refugio espiritual para familias que buscaban predicar su fe en medio de la adversidad.
Años después se erigió un edificio de adobe, que tuvo que ser demolido por riesgo de colapso. En su lugar, se levantó una estructura de estilo texano que se convirtió en emblema de la comunidad.
Esa edificación resistió décadas de historia, pero en 1986 un incendio la redujo a cenizas. La sospecha de que fue provocado nunca desapareció del todo. Sin embargo, lo que pudo ser el final de la congregación se transformó en un renacimiento.
“Estábamos muy chicos, pero recuerdo que vinimos todos, hombres, mujeres y niños, a limpiar las ruinas. Pero de ahí se levantó otra vez el templo”, recuerda uno de los fieles.
La reconstrucción fue posible gracias al esfuerzo de la comunidad, que donó recursos, trabajo y esperanza. Hoy, la campana original, importada desde Estados Unidos y utilizada durante décadas para llamar al culto, está resguardada dentro del edificio como símbolo de resiliencia.
Cuando la fe también resistió las balas
La historia del templo también se ha cruzado con episodios oscuros. Durante los años de mayor violencia en la región lagunera, la fachada de la iglesia recibió impactos de balas perdidas debido a su cercanía con el hotel que albergaba a policías federales.

Los muros que alguna vez vieron procesiones y cultos ahora conservan marcas discretas de aquellos días de incertidumbre.
La pandemia de covid-19 también puso a prueba a la congregación. Como muchos templos, enfrentó el cierre temporal de sus puertas y la reducción drástica de feligreses. No obstante, la iglesia no desapareció: se adaptó con cultos más pequeños, transmisión de mensajes y un retorno paulatino a sus actividades comunitarias.
A 130 años de testimonio y esperanza
La Primera Iglesia Bautista de Torreón no es solo un edificio religioso. Es un testigo silencioso de 130 años de historia local. Ha visto el nacimiento de la ciudad, su transformación en un centro económico del norte de México, los conflictos religiosos de antaño, la violencia contemporánea y las nuevas generaciones de creyentes.
Su campana, hoy muda, alguna vez marcó las horas de la fe en una ciudad en construcción. Sus muros han escuchado sermones, himnos, discusiones y oraciones en tiempos de esperanza y de crisis.
Y, sobre todo, su presencia frente a la Plaza de Armas sigue recordando que la historia de Torreón no se escribió con un solo credo, sino con muchas voces y muchas manos.
A más de un siglo de su fundación, la iglesia continúa predicando el Evangelio y leyendo el Antiguo y Nuevo Testamento, tal como lo hicieron Florentino Treviño y Hugo P. McCormick en aquel remoto 1895.
Entre el bullicio de la ciudad moderna, la campana guardada en su interior parece esperar el momento de volver a sonar, como eco de una fe que resistió el fuego, las balas, las pandemias y el paso del tiempo.

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