En el centro de Ciudad de México, lo caótico de la capital hacía coro con el revoloteo de las palomas que abundan.
Llegamos al hotel Círculo Mexicano, en donde conocimos a las muchas personas que habita Manuel García Rulfo —Mickey Haller, Pedro Páramo, Reuben Delgado— y también, con suerte, descubriríamos la raíz, a veces tan invisible en pantalla.
Ese era el objetivo: llegar a la entrevista y encontrar esa parte seminal que se muestra solo en confianza y alejados de la luz artificial.


Llegó más alto que cualquiera; holgado, formal, con estructura y paso fuerte, así paseaba entre los pasillos del hotel de paredes blancas y bloques de tezontle. El que llegó como un actor nominado al Ariel se convirtió en otro involucrado en este esfuerzo por sacar la portada de una revista.
Los looks se terminaron y la entrevista era lo último. Sobre el peso de cada personaje que interpreta en su vida diaria, reconoció que todos sus papeles se van acumulando.
“Al menos yo necesito dos meses para dejarlos ir y volver a mí mismo”, aclaró.
Me pregunté si estaba viendo en ese momento a Pedro Páramo, Mickey Haller, a algún personaje de Manolo Caro o a Reuben Delgado, de un mundo jurásico. La respuesta: Manuel siempre está.
Manuel García Rulfo entabla una conversación con M Revista de Milenio sobre su naturaleza como intérprete, como recipiente camaleónico de historias con principio y final.

El peso de las historias y el origen
El esfuerzo por habitar a personajes complejos como Mickey Haller o Pedro Páramo inevitablemente deja una huella. El actor debe despojarse de esas pieles una vez terminada la filmación.
¿Sientes que el peso de cada personaje se refleja en tu vida diaria?
“Cada personaje que hago tiene una esencia. Quieras o no, aunque trates de ser otra persona, siempre terminas usando tus propias vivencias, tus emociones, tu cuerpo. Antes me clavaba más, me costaba soltar. Ahora es un músculo: los dejo ir más fácil, pero igual me dejan algo, una enseñanza. Yo tardo al menos un par de meses en desprenderme de un personaje. Algunos son más intensos y te afectan más, como el que hice en Sicario: Day of the Soldado.”
García Rulfo creció lejos del glamour de Hollywood, en un ambiente rural que fomentó su creatividad, una herramienta clave para enfrentar los desafíos de la industria.
¿Cómo llevas tu origen a Hollywood o a un set con dinosaurios?
“Crecí en un rancho, y sí creo que eso fue una gran escuela; no había maquinitas, éramos primos inventando juegos. Esa libertad me ayudó a desarrollar la imaginación, que es esencial en la actuación. Es un rasgo muy humano.”

La actuación frente a la técnica: La aspiración a dirigir y el proceso creativo
En la era de las grandes producciones y la fama instantánea, el actor reflexiona sobre la necesidad de anclarse a la humanidad para que su trabajo conserve la sensibilidad.
¿Cómo evitas que se pierda lo humano cuando entras a un set?
“El cine es un arte de comunidad. Trato de que los proyectos en los que participo estén rodeados de gente con esa misma sensibilidad. Aunque a veces es difícil: ser actor va de la mano con ser celebridad y hay muchas distracciones. Siempre hay que regresar a lo humano.”
Las grandes superproducciones requieren a menudo interactuar con efectos especiales, pantallas verdes o sustitutos, lo que representa un desafío técnico diferente a la actuación frente a un compañero.
¿Es más complicado mantener ese lado cuando trabajas en superproducciones?
“Sí, claro. Nada se compara con actuar frente a otra persona. Pero el cine es muy técnico: a veces ensayas una escena increíble con tu compañero y cuando filman tienes que mirar una crucecita en lugar de sus ojos. Eso lo vas entrenando como un músculo. Al principio es raro —estar hablando con una pelota de tenis que representa un dinosaurio—., pero aprendes.”
Además de actor, Manuel García Rulfo ha explorado la producción, acercándose al lenguaje completo de la cinematografía, un conocimiento que, asegura, facilita su trabajo como intérprete.
En Buen salvaje eres productor además de actor, ¿cambió tu perspectiva sobre el cine?
“Me sucedió estando cerca de la dirección. En algún momento quiero dirigir; una vez que entiendes el lenguaje del cine, la actuación se vuelve más sencilla. Entre más conocimiento tengas del lenguaje técnico, más fácil se vuelve el trabajo del actor.”
Tras haber experimentado la complejidad de manejar múltiples roles detrás de cámara, el actor fija límites claros para su futuro como director.
¿Te ves dirigiéndote a ti mismo?
“No. Quiero dirigir, pero no actuar al mismo tiempo. Lo intenté en un cortometraje donde era productor, director y actor; me volví loco. El puro trabajo de dirigir ya es enorme.”
La preparación de un personaje va más allá del guion, implicando una inmersión completa que incluye lecturas y referencias externas.
Y después de cada trabajo, ¿sientes que has cambiado?
“Sí, claro. Ahora me lo tomo con calma, pero trato de mantenerme en el mundo del personaje. Cuando hice Pedro Páramo, además de la novela de Rulfo también leí Cumbres borrascosas. Me ayudaba a entrar en esa sintonía. Es importante nutrirse con lecturas, música o cosas que acompañen el proceso.”

La recompensa de la interpretación
Finalmente, el actor reflexiona sobre el verdadero significado de su trabajo, buscando un valor que trascienda la fama y el éxito de Hollywood.
¿Qué en tu vida hace que un final como el de Pedro Páramo valga la pena?
“Híjole, me voy a poner cursi: al final de cuentas, es el amor. Jurassic Park, Hollywood, todo eso me encanta, me llena, pero nada se compara con ver la reacción de mis sobrinos o de mi mamá, esa sonrisota. Con eso basta.”
Así, entre las luces y sombras del set y la quietud del hotel, queda claro que la vocación de Manuel García Rulfo como actor es, ante todo, un ejercicio de humanidad.
Aunque los personajes de ficción sigan acumulándose en su historia —desde el drama de Comala hasta las superproducciones jurásicas—, su raíz mexicana y la sencillez de sus afectos son el ancla que le permite desprenderse de cada papel.
Al final, más allá de la fama y los blockbusters, el motor de su arte y la recompensa de todo el esfuerzo se resumen en la sonrisa de sus seres queridos: el amor es lo único que hace que toda la historia valga la pena.