Antes de que las calabazas se encendieran y los disfraces llenaran las calles, los antiguos celtas ya celebraban una noche de fuego, muerte y renacimiento: el Samhain.
Hace más de dos mil años, en las islas de Irlanda, Escocia y Gales, esta festividad marcaba el fin del verano, de ahí su nombre en irlandés antiguo, y el inicio del invierno, la mitad oscura del año. Era el momento de cerrar el ciclo de las cosechas, proteger el ganado y prepararse para los meses más duros.
Así celebraban los celtas su Año Nuevo
Para los celtas, el Samhain no era solo una fiesta estacional: era su Año Nuevo. La vida y la muerte se entrelazaban en un punto de equilibrio donde, según creían, el velo entre el mundo de los vivos y el de los muertos se volvía delgado como el humo.
Los espíritus de los ancestros podían cruzar, y los druidas encendían hogueras sagradas desde las que se reavivaban los fuegos domésticos, símbolo de protección y purificación.
También era tiempo de adivinación: se consultaba el destino del año venidero entre banquetes, música y disfraces que servían tanto para celebrar como para despistar a las almas errantes.
El origen celta del "Dulce o trato" y las calabazas iluminadas
Mucho de lo que hoy reconocemos en el Halloween moderno nació allí. La costumbre celta de dejar comida para los espíritus evolucionó siglos después en el “Trick-or-Treat”, cuando los pobres pedían pan y oraciones por los difuntos en la víspera de Todos los Santos.
Los disfraces grotescos para confundir a los fantasmas son los antepasados directos de las máscaras y atuendos actuales, y las hogueras se transformaron en linternas talladas en nabos —y más tarde en calabazas— para mantener lejos a los malos espíritus.
Con la expansión del cristianismo, la Iglesia decidió no eliminar la tradición, sino adaptarla: el papa Gregorio III movió el Día de Todos los Santos al 1 de noviembre, y la noche previa pasó a llamarse All Hallows’ Eve, que con el tiempo se contrajo a Halloween.
Coincidencias entre el Samhain celta y el Día de Muertos
Aunque Samhain y el Día de Muertos nacieron en mundos distintos —uno celta y otro mesoamericano—, ambos comparten la idea de que los muertos regresan a casa.
La conexión entre ambos no fue directa, sino resultado del sincretismo cristiano: cuando la Iglesia católica adaptó las fechas del Samhain al Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y al Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), estas se extendieron por Europa y más tarde llegaron a América con los conquistadores.
Al encontrarse con las antiguas ceremonias dedicadas a Mictecacíhuatl, la “señora de la muerte”, las nuevas festividades se mezclaron con los rituales mesoamericanos que celebraban el retorno de los espíritus.
Así, la ofrenda mexicana —con comida, bebida y objetos del difunto— conserva un eco distante del gesto celta de dejar provisiones a los muertos, aunque con un sentido distinto: en México, la muerte no se teme ni se apacigua; se celebra y se honra como parte de la vida.
jk